Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 27 de Abril de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Al caballero de la rosa

En su abrazo yo abrazaba todas las rosas:
las rosas de la piedra y las del sueño,
las rosas del torrente y las del vino,
las furibundas rosas cinceladas
sobre el cráneo del sol, en ajetreo continuo;
las de apretada nieve, rosas, con que ciño
mi frente en un círculo de llamas;
y las implacables que coronan
la espina de la rosa;
las que disgrega el éxtasis en torno
a los banquetes del amor, y las que llueven
ceniza y agonía
sobre la faz del moribundo;
las rosas del poema y las del humo,
las rosas del rosario y las del tigre,
las invisibles rosas de mi sangre y las azules
que hará brotar mi muerte,
mi terraza barrida y la brisa de las rosas
entrando por los balaustres de la tarde;
las rosas que treparon la escalera,
y la que se prendió a la cerradura
al él cerrar la puerta;
las rosas de su sexo y de su pie
restañadas y aún tibias sobre el lienzo
alimenticio y lechal de la mañana,
las rosas del que llegó y aún no se ha ido;
en sus brazos yo las abrazaba:
la lacerante rosa aún no podada
que balancea su olvido sobre el tallo;
y la incomparable que perdura
en todo lo que fue, o pudo no haber sido;
la rosa desnuda de la rosa.

Rosario Ferré (1938-2016)
Nueva poesía latinoamericana
Prólogo y selección
de Miguel Ángel Zapata
UNAM, UV, México, 1999.

Martes

Ejemplo de las ranas, en cómo
demandaban rey a don Júpiter

Las ranas en un lago cantaban y jugaban,
Cosa no las dañaba, bien sueltas andaban;
Creyeron al diablo, que del mal se jactaban,
Pidieron rey a Júpiter, mucho se lo rogaban.
        Envióles don Júpiter una viga de lagar,
La mayor que él pudo; cayó en ese lugar;
El gran golpe del fuste hizo a las ranas callar;
Mas vieron que no era rey para las castigar.
        Suben sobre la viga cuantas podían subir:
Dijeron: “No es este rey para nos conducir”.
Pidieron rey a Júpiter, como lo solían pedir:
Don Júpiter con saña túvolas que oír.
        Envióles por rey una cigüeña carnicera:
Rondaba todo el lago; también por la ribera
Iba con el pico abierto, como era tragadera,
De dos en dos, las ranas comía bien ligera.
        Quejándose con don Júpiter dieron voces las ranas:
“Señor, señor, socórrenos, tú que matas y sanas;
“El rey que tú nos diste por nuestras voces vanas,
“Nos da muy malas tardes y peores mañanas:
       “Su vientre nos entierra, su pico nos estraga,
“De dos en dos nos come, nos persigue y nos traga;
“Señor, tú nos defiende; señor, tú ya nos paga;
“Danos la tu ayuda, quítanos esta plaga.”
       Respondióles don Júpiter: “Tened lo que pedistes:
“El rey tan demandado, por cuantas voces distes,
“Vengue vuestra locura, pues en poco tuvistes
“Ser libres y sin opresión; sufrid, pues lo quisistes”.

Juan Ruiz, arcipreste de Hita (c. 1283-c. 1350)
Libro de buen amor.
Edición y notas de
Julio Cejador y Frauca
Espasa-Calpe, Madrid, 1963.
Transcripción de Felipe Garrido.

Miércoles

La iremos haciendo piedra a piedra

La iremos haciendo piedra a piedra
hasta que no quede más remedio
que llamarla casa.
Luego la enseñaremos a cruzar los ríos,
crecerá como un animal,
será perfecta.
¿Qué sueño habrá en la ciudad
más rico que su sueño?
Gimiendo nos pedirán posada
los altos agapandos,
hospedaremos al sol como un rey
en los pisos superiores,
y arriba nosotros, mirando la ciudad,
nos amaremos en setenta posiciones
hasta que la casa se caiga
despedazada por la dicha.

Alejandro Aura (1944-2008)
Wikaráame
Poesía del mundo y sus alrededores
Volumen 2
Compilador, Édgar Trevizo
Secretaría de Cultura de Chihuahua
Chihuahua, 2019

Jueves

Sonetos con lugares comunes

I
Es tan blanca tu piel, como la nieve.
La nieve quiere al sol, por lo brillante.
Y el sol, que se enamora en un instante,
se acuesta con la nieve y se la bebe.
         El sol, aunque es muy grande, no se atreve
a hacerse olvidadizo y arrogante:
se acuerda de su novia fulgurante
y se pone a llorar, y entonces llueve.
         Y llueve y llueve y llueve y de repente
la lluvia se h ace nieve esta mañana
que nieva tanto en Londres, y ha nevado
         luminosa y nupcial y blancamente
en jirones, tu piel, por mi ventana,
ningún sol como yo, tan desolado.

II
Como el oro, por rubio, es tu cabello.
El oro y el otoño, que es su hermano,
se despiden, volando, del verano
y viajan, río abajo, por tu cuello.
         Y yo, que me robé y guardé un destello
en el hueco más claro de la mano,
una carta, en las hojas de un manzano,
te escribo con su brillo, la embotello
         en un litro de luz y te la envío,
y dice así: “el mar, mi casa entera,
el corazón, mis ojos, cinco rosas:
         por ahogarme de nuevo en ese río
de dorada quietud, qué no te diera:
mi peso en oro, en sol, en mariposas…”

Fernando del Paso (1935-2018)
Wikaráame
Poesía del mundo y sus alrededores
Volumen 2
Compilador, Édgar Trevizo
Secretaría de Cultura de Chihuahua
Chihuahua, 2019

Viernes

La celosa

Tengo celos de tu esposa.
De Mariana.
De Silvia.
De Patricia.
De Claudia.
Y de Cristina.
Tengo celos de las mujeres del futuro (de tu futuro)
de aquellas que conocerás algún día.
Tengo celos del jardín de tu casa,
de las plantas que mojas y cuidas.
Celos de la música que escuchas.
Celos de tu coche negro,
del volante que tocas,
del acelerador que pisas.
Celos de tu armario (porque toca tu ropa).
Celos de tu cama,
de las sábanas,
de tu almohada.
Celos del cobertor que te cubre.
Tengo celos de los países que visitas.
Celos de tus viajes.
Del avión que te lleva
y del avión que te regresa.
Tengo celos de la aeromoza que te mira.
Celos de los pasajeros.
Celos de los permanentes
y de tu vecina de vuelo.
Tengo celos de las mujeres flacas.
De las mujeres altas.
De las listas e inteligentes.
Y sobre todo de las bonitas
(sé que te gustarán las bonitas).
Celos del azul (tu color preferido).
Celos del periódico que miras.
Tengo celos del peine negro que te peina.
Celos de todo lo que miras.

Dice el psiquiatra que debo tener cuidado,
                    que los celos son peligrosos
                   y suscitan grandes tragedias.
                                           Tiene razón,
a partir de este momento le declaro la guerra
                              (sin cuartel y a morir)
                                                    a todo,
          absolutamente todo lo que te rodea.

Cristina Pérez-Stadelmann
Castillos en la arena
Fontamara, México, 2006.

Sábado

204

I
Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos.
Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina, donde se fragua un agrio olor a comida que muy pronto estará en todas partes, el ronroneo de los ascensores.
Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del 204 que despereza sus miembros y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo sale un vaho tibio de campo recién llovido.
¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes como las banderas en los estadios!
Escucha Escucha Escucha
el agua que gotea en los lavatorios, en las gradas que invade un resbaloso y maloliente verdín. Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre.
Sobre esas losas –cuando el mediodía siembre de monedas el mugriento piso– su cuerpo inmenso y blanco sabrá moverse, dócil para las lides del tálamo y conocedor de los más variados caminos. El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo.
Escucha Escucha Escucha
la incansable viajera abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.

II
De la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo a los orinales
de los orinales al río
del río a las amargas algas
de las algas amargas a la ortiga
de la ortiga al granizo
del granizo al terciopelo
del terciopelo al hotel
Escucha Escucha Escucha
la oración matinal de la inquilina
su grito que recorre los pasillos
y despierta despavoridos a los durmientes,
el grito del 204:
¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!

Álvaro Mutis (1923-2013)
Material de lectura. Poesía moderna. 24
Selección y nota del autor.
UNAM, México, 1978

Domingo

Engarce

El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
De alto balcón apostrofóme a tino,
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como una estrella…
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!
¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!
¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.

Veracruz, julio de 1900.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928)
Poesías completas
Edición y prólogo
de Antonio Castro Leal
Porrúa, México, 1991

 


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