Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 26 de Octubre de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Sonata

Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
Como pan de cristiano o rancia carne
que se enjuta en la fiebre de los ghettos.
A la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.

Álvaro Mutis (1923-2013)
Los trabajos perdidos.
Era, México, 1964.

Martes

Duración

Dura menos un hombre que una vela,
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra;
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua;
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.

Eugenio Montejo (1938-2008)
Muerte y memoria.
Dirección de Cultura de la U.C.
Valencia, 1972.

Miércoles

Llagas equívocas…

Llagas equívocas son los nombres y las puertas
        de un corredor vacío
Eslabón de la luz

En trunco muelle la letanía recomienza:
         la muerte no se toca
                  languidecen los muros
         la muerte no se busca
                 es un guante en la alcoba
         la muerte no se bebe
                 ella nos bebe lenta

Sorbos de olvido apuran el encierro
sin remisión
los rezos puntuales desairan la boca

Laura Elena González (1954)
La llanura despierta.
Armando Adame, Laura Elena
González, Norberto de la Torre.
UNAM, México, 1998.

Jueves

Idilio salvaje 1/2

A Alfonso Toro

A fuerza de pensar en tus historias
y sentir con su propio sentimiento,
han venido a agolparse al pensamiento
rancios recuerdos de perdidas glorias.
Y evocando tristísimas memorias,
porque siempre lo ido es triste, siento
amalgamar el oro de tu cuento
de mi viejo román con las escorias.
¿He interpretado tu pasión? Lo ignoro,
que me apropio al narrar algunas veces
el goce extraño y el ajeno lloro.
Sólo sé que, si tú lo encareces
con tu ardiente pincel, serán de oro
mis versos, y esplendor sus lobregueces.

I
¿Por qué a mi helada soledad viniste
cubierta con el último celaje
de un crepúsculo gris?... Mira el paisaje,
árido y triste, inmensamente triste.
Si vienes del dolor y en él nutriste
tu corazón, bien vengas al salvaje
desierto, donde apenas un miraje
de lo que fue mi juventud existe.
Mas si acaso no vienes de tan lejos
y en tu alma aún del placer quedan los dejos,
puedes tornar a tu revuelto mundo.
Si no, ven a lavar tu ciprio manto
en el mar amarguísimo y profundo
de un triste amor, o de un inmenso llanto.

II
Mira el paisaje: inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba:
en el hondo perfil la sierra altiva
al pie minada por horrendo tajo.
Bloques gigantes que arrancó de cuajo
el terremoto, de la roca viva;
y en aquella sabana pensativa
y adusta, ni una senda, ni un atajo.
Asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas,
como clavos que se hunden lentamente.
Silencio, lobreguez, pavor tremendo
que viene sólo a interrumpir apenas
el golpe triunfal de los berrendos.

III
En la estepa maldita, bajo el peso
de silbante grisa que asesina,
irgues tu talla escultural y fina
como un relieve en el confín impreso.
El viento entre los médanos opreso
canta como una música divina,
y finge, bajo la húmeda neblina,
un infinito y solitario beso.
Vibran en el crepúsculo tus ojos
un dardo negro de pasión y enojos
que en mi carne y mi espíritu se clava;
y destacada contra el sol muriente,
como un airón flotando inmensamente,
tu bruna cabellera de india brava.

Viernes

Idilio salvaje 2/2

IV
La llanada amarguísima y salobre,
enjuta cuenca de océano muerto
y en la gris lontananza, como puerto,
el peñascal, desamparado y pobre.
Unta la tarde en mi semblante yerto
aterradora lobreguez, y sobre
tu piel, tostada por el sol, el cobre
y el sepia de las rocas del desierto.
En el regazo donde sombra eterna,
del peñascal bajo la enorme arruga,
es para nuestro amor nido y caverna,
las lianas de tu cuerpo retorcidas
en el torso viril que te subyuga,
con una gran palpitación de vida.

V
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura,
como si fuera un campo de matanza.
La sombra que avanza, avanza, avanza,
parece, con su trágica envoltura,
el alma ingente, plena de amargura,
de los que han de morir sin esperanza.
Y allí estamos nosotros, oprimidos
por la angustia de todas las pasiones,
bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto,
y en nuestros desgarrados corazones
¡el desierto, el desierto… y el desierto1

VI
¡Es mi adiós!... Allá vas, bruna y austera,
por las planicies que el bochorno escalda,
al verberar tu ardiente cabellera,
como una maldición sobre tu espalda.
En mis desolaciones ¿qué me espera?...
(ya apenas veo tu arrastrante falda)
una deshojazón de primavera
y una eterna nostalgia de esmeralda.
El terremoto humano ha destruido
mi corazón y todo en él expira.
¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!
Aún te columbro y ya olvidé tu frente:
sólo, ay, tu espalda miro, cual se mira
lo que huye y se aleja eternamente.

Envío
En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas
do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.
Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso,
qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas
me duele el pensamiento cuando pienso!
¡Pasó!... ¿Qué resta ya de tanto y tanto
delquio? En ti ni la moral dolencia,
ni el dejo impuro ni el sabor del llanto.
Y en mí ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia
y qué horrible disgusto de mí mismo!

Manuel José Othón (1858-1906)
Poesías y cuentos.
Selección, estudio y notas de Antonio Castro Leal
Porrúa, México, 1963.

Sábado

Tres letras para cantar

II
Afuera, afuera, ansias mías;
no el respeto os embarace:
que es lisonja de la pena
perder el miedo a los males.
Salga el dolor a las voces
si quiere mostrar lo grande,
y acredite lo insufrible
con no poder ocultarse.
Salgan signos a la boca
de lo que el corazón arde,
que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.
No a impedir el grito sea
el miramiento bastante;
que no es muy valiente el preso
que no quebranta la cárcel.
El que su ciudad estima,
sus sentimientos no calle;
que es agravio del motivo
no hacer del dolor alarde.
Mayor es, que yo, mi pena;
y esto supuesto, más fácil
será, que ella a mí me venza,
que no que yo en ella mande.

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)
Obras completas. Volumen I.
Edición, prólogo y notas de
Alfonso Méndez Plancarte.
FCE, México, 1976.

Domingo

Y ese rosal…

Y ese rosal
¡cómo se esfuerza por parecer alegre! por complacer
a otros
¡cómo se esfuerza por dar una rosa!
Así es la vida, me digo, irse empujando
de uno mismo, irse lanzando lejos,
más lejos
hasta perderse;
y durar unos segundos más
en los otros.
Salirse de su propio cuerpo
y complacer,
de eso se trata todo.

A. E. Quintero (1969)
Porque a veces el corazón se siente
como ir montado en un caballo.
(Poesía reunida 1996-2019)
Editorial De otro tipo, México, 2019

 


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