Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 08 de Agosto de 2022
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes 

[El romance]

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor.
Cuando los trigos encañan
y están los campos en flor.
Cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor.
Cuando los enamorados
van a servir al amor.
Sino yo, triste, cuitdado,
que yago [yazgo] en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
dele Dios mal galardón.

En: Ramón Menéndez Pidal (1869-1968),
Flor nueva de romances viejos.
Espasa Calpe Argentina,
Buenos Aires, 1957.

Martes

Iba con suficiente tiempo
[Mientras escribo…]

Mientras escribo, cuando aún estoy ocupado por ese recuerdo, necesito tomar aliento; respiro profundamente mientras me digo que las cosas después pasaron de alguna manera previsible: “los azares se conjugaron con mis afanes, y poco a poco logré el lugar al que aspiraba”. Me perturbo porque no me gusta cómo digo esto último. Lo escribo, lo tachono, y después respiro varias veces. No sé si me gusta del todo. Lo dejo así. Miro el librero otra vez —lo encuentro hermoso en su tamaño, en su ocupación, por los volúmenes que lucen acomodados, por su organización—. Respiro y entonces ya he regresado totalmente adonde estoy escribiendo; ya no estoy en el metro, ya no estoy en ninguna otra parte. Logro superar totalmente la sensación de la doble ubicación. Otra vez estoy en el presente, solamente escribiendo. Tomo un tiempo para leer. Ahora, finalmente, sí me satisface: me gusta cómo se lee, como fluyen las palabras. “Voy bien”, me digo. (p. 15)

Mario Miguel Ojeda / Lo que podemos contar

Zumbido de fondo

No saber de uno mismo; eso es vivir. / Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.

I
Al despertar tengo los oídos ocupados por un zumbido de fondo, algo que se escucha como en la lejanía. Es, imagino, porque así me lo platicó Javier, un sonido parecido al que produce el canto de las chicharras en un mediodía de verano en el valle de Tehuacán. No sé qué tan conocido es este valle. Por las dudas, diré que es una región árida, hacia el sureste de México, antes de entrar en la Sierra Mixteca. Javier, que es biólogo —ahora hasta ostenta un doctorado en sistemática— iba a ese lugar a contar plantas de una especie de cactácea; o variedad, eso no lo sé muy bien. Además de contar las plantas en cuadrantes, que determinaba previamente sobre un mapa, tomaba diferentes mediciones de algunas de ellas, las cuales iba seleccionando mediante rifas; los sorteos, que según él son como una suerte de liturgia del azar, los hacía al terminar cada uno de sus conteos en los cuadrantes elegidos. Esos cuadrantes —los cuales tenían entre setenta y ciento veinte plantas— me aseguró, los muestreaba escrupulosamente usando tablas de números aleatorios; “para hacer válida la liturgia”, decía. Me explicó que de cada cien plantas tenía que medir, más o menos, quince. Javier se sentía tan orgulloso de sus habilidades técnicas que una vez hasta me quiso explicar detalladamente cómo hacía esto de los sorteos. “No es necesario, me lo puedo imaginar”, le dije. Fue precisamente en ese contexto que me platicó que cuando caminaba por esos lugares del valle —lo cual tenía que hacer justo al mediodía, por requisitos de su investigación—, escuchaba ese sonido de fondo, que es el que producen muchas chicharras cantando a la vez. Encima de aquel ruido lejano —me contó para describirme con gran emoción sus tareas de campo— se podía distinguir claramente muchos otros sonidos; por ejemplo, el de sus pasos sobre la arena y las piedras. ¡Imagínate! Bueno, pues justamente algo así es lo que yo escucho. “Un sonido que enfatiza la soledad”, me dijo aquella vez Javier, como para cerrar su charla.
El zumbido de fondo lo percibo justo en el instante cuando me estoy despertando: al tomar conciencia de la realidad, expresamente al empezar a ver mi entorno. Me despierto e inmediatamente me llega, con mucha intensidad. Puedo decir que casi lo ocupa todo, y en el momento inicial me abruma; lo bueno es que poco a poco, conforme me despabilo, se va alejando: “como cuando las chicharras que cantan se van quedando atrás”, diría Javier rememorando sus experiencias en el Valle de Tehuacán.
Lo que yo escucho es algo que se va haciendo menos intenso conforme avanzan las horas: es así a la vez que va pasando el día, hasta que, alrededor de las doce horas, se vuelve bastante tenue (pero me sigue acompañando, mientras estoy despierto —aunque a veces me sorprendo de haberme olvidado
que ahí está—). Después, cuando ya inicia la tarde, empieza otra vez a mostrarse con cierto acento. Se vuelve nuevamente muy perceptible al avanzar
la tarde; sobre todo al acercarse la noche. Y así avanza poco a poco, hasta que ya cuando la noche se encuentra plena, casi siempre antes de dormirme —justo mientras leo— nuevamente me ocupa todo, con mucha intensidad; al grado que me causa una desesperación, tan intensa que podría decir que me cuesta controlarla. Lo que hago entonces es dejarme atrapar por la lectura. Esta es por mucho mi mejor arma. No piensen que abstraerme del tal zumbido es una cosa que se me haga fácil, aunque concentrarme en la lectura sí lo sea; quiero decir que aún leyendo, el zumbido ahí está, pero lo que invariablemente me permite vencerlo es el cansancio; la lucha por seguir leyendo, soportando el zumbido, me sumerge en un sopor, que gradualmente me lleva a un sueño sosegado. Es así que, de manera paralela a que el sopor aumenta, el sonido se va atenuando; es decir, la percepción del zumbido desaparece a la velocidad que el cansancio aumenta. Afortunadamente el zumbido de fondo desaparece en el momento preciso cuando me duermo. Ahora que lo pienso, hasta hoy no he soñado con el zumbido.

Mario Miguel Ojeda (1959)
Lo que podemos contar
Editorial Adarve, Madrid, 2022.

Miércoles

La rosa eterna

Antes de que nadie la cantara
la rosa ya existía.
Antes del tiempo y la memoria.
La rosa vuelta piedra;
rosa enterrada,
muda, mineral, apenas descubierta.
Tan vieja como el mar,
como la noche nueva su fragancia inextinguible.

En el piso del bosque, entre las hojas y los hongos demudados
cayó la sangre a borbotones.
Hubo un furor de cerdas, una ráfaga de culpa tasajeada
por colmillos marfilinos.
Gotas de sangre alucinada; sangre de Adonis;
semilla roja de la rosa roja.
Lloró Venus la muerte del amante.
Sus lágrimas urgentes,
cristales nacarados,
sin luz dejaron los divinos ojos.
Por la espesura derramadas,
blanca semilla de la rosa blanca.
Rosa de nieve, rosa de leche, rosa soñada.

Cierro los labios compasivos,
muda la lengua dolorida,
pero la vida estalla. Incontenible, mi voz desata.
Siempre la muerte quedará burlada
al paso de la rosa eterna,
la rosa intemporal,
rosa profunda, ilimitada, íntima,
sumergida, nocturna, sigilosa,
alzada antorcha de hermosura
por vanas espinas custodiada.

Te toco y te abres como una rosa,
como la luz del alba que apunta apenas,
como el dorado filo del amanecer.
Rosa pequeña que mi mano cubre,
labios nocturnales,
ángeles, música, manantial, torrente,
el cielo estrellado y la luna de octubre,
rosa celeste, adivinada,
rosa vigilante, desvelada,
rosa abstracta, rosa literal, rosa clandestina,
derramada rosa del pubis.

Brilla en la playa la rosa repentina,
jade sonoro coronado de espumas,
incesante turquesa florecida,
rosa de sal rizada por el viento,
rosa de coral, rosa aguamarina.
Rosa inalcanzable
como la voz de la sirena.
Rosa de perfumes ignorados,
abisal, radiante rosa submarina,
imposible rosa azul de mis ideales.

Yo tuve en las manos una rosa adolescente.
Era perfecto su talle
y su sonrisa, los resplandores de una fuente.
No conocía el miedo;
el toro de la noche la rondaba hechizado.
Un ciego viento helado
opacó sus ojos, envileció su aroma.
Rosa herida, rosa rota,
rosa de párpados vencidos.
Rosa de agujeros, rosa de ceniza,
palacio en ruinas, rosa perforada,
rosa desmedrada, rosa de sombras, rosa de nada.
Sea maldita la muerte de la rosa.

Atiende al corazón.
Oye crecer en él la rosa de mañana,
la rosa que resurge,
la rosa rediviva, la rosa restaurada;
la sangre que renace,
la hoguera que se inflama.
La nueva rosa es tuya,
rosa consumada.

En mi tierra desolada tú eres la única rosa.
Al besarme tiemblas, como de frío.
Tiemblas, triste rosa enlutada.
Como una tenue promesa nace tu fuego,
rosa del río y del desierto.
Crece la hoguera en altas llamaradas
concéntricas y abiertas
como el confín de arena,
rosa de luz definitiva,
rosa que me haces rosa, rosa enamorada,
rosa que es una sola duplicada.
Encontramos la rosa a solas
y hasta el dolor nos usamos.

Hoy no quiero recordar el dolor de la rosa,
el aroma que visten nuestras ropas de luto,
los muertos que el rosal guarda en sus raíces,
las noches y los días de tormenta,
la rosa al aire deshojada.
Hoy no quiero sino la rosa en llamas.

Yo soy aquel que te cubre de rosas
tendido al borde del sueño,
fresca rosa de hierba,
de anís y canela,
de copal y de lava.
Ven a mí, rosa desnuda,
de ti misma enjoyada.
Ven bajo el velo de las sombras vastísimas
a la rosada luz de la aurora;
bajo los pétalos radiantes del sol en celo
al amparo propicio de la tarde encantada.
Ven con tu rosa en las manos,
rosa reencontrada, rosa renacida.
Dame la dulzura de tu rosa secreta,
rosa de sangre y lágrimas y tiempo,
rosa erguida como una torre de victoria,
rosa suave, sumisa, sometida,
rosa total, enardecida,
belleza ideal, rosa esperada,
caricia entre soñada,
rosa entre todas elegida.

Como una rosa salvaje
al golpe de la ola la claridad estalla.
Deslumbra su fulgor.
Cae la rosa atravesando el agua.
Llega la luz como una flor abierta.
Hay una rosa en las manos del poeta
y hay una rosa en su canto invencible.
Todo en la vida es rosa
y su pezón erguido me provoca.
Envueltos en la luz que se renueva
día con día hay que volver a la rosa;
la rosa de hoy, la rosa de mañana,
la rosa imperceptible, la rosa del amor desnudo,
la rosa de piedad, la rosa de pureza,
la rosa de incontables pétalos,
la rosa heráldica que repite tu nombre
en cinco letras dividido,
la rosa que renace en cada rosa
fiel a su propia quemadura,
la rosa de purpúreo magisterio,
la rosa humilde que florece en rosa,
la rosa eterna que en mi canto vive.

Felipe Garrido (1942)
4-VIII-2012.

Jueves

Luna blanca

Como la mañana
pájaros revolotean sin cesar
miran cómo ilumina el sol el atardecer
esperan que llegue la noche.
*
A veces cuando me levanto
sueño con ir a las nubes
voy y viajo al cielo
me subo al sol
del sol me voy a las estrellas
de las estrellasa las nubes
y ahí agarro algodón
a veces, cuando quiero
viajo en una estrella fugaz.
*
La casa se abre
la casa se cierra
por dentro se abre
por fuera se cierra
estiro mis manos
entro y las cierra.
*
¿Qué es de allá arriba?
¿Un ave? ¡No! ¡Es un pájaro!
¡No! Creo ver algo blanco.
¿Qué será? ¡Es el místico!
*
Estoy
encima de la sombra
la sombra
está encima del sol
me pongo entre los dos
y me derrito.
*
Mojo mis manos con la lluvia
que cae del cielo, del espacio
veo cómo los pájaros
agarran sus alas con las manos
yo los apreso
sus plumas caen
no sé qué hacer
sueño con volar como pájaro.
*
Los peces
caminan a la escuela
en el fondo del mar
hay bancas de coral
gises de sal
y mesas de calamar.
*
Pienso en ti
pienso en mí
junto mis manos
y me pongo a dormir.
*
Tengo un cielo de jabón
viajo como una burbuja.

Carolina Becerra (2000)
El viento y las palabras.
Renovación poética en Jalisco.

(Autores de 1980-2000)
Ramírez / Guerrero / Tello (Comp.)
La Zonámbula / Prepa 2 UdeG /
Cultura Jalisco.

Viernes

como un inmenso pétalo…

como un inmenso pétalo de magnolia
se despliega la luz de la mañana
no hay casas no hay pájaros
no hay bosques
el mundo
ha quedado vacío
hay solamente luz

Isabel Fraire (1934-2015)

el viento acaricia…

el viento acaricia las dunas
forma olas, forma cordilleras, forma rostros
borra olas, borra cordilleras, borra rostros
el mar cae sobre la arena
la moja
avanza
asciende
un sucio collar de espuma
se retira
queda la arena seca
el mar se levanta y corre hacia la arena
una y otra vez
otra
otra

Isabel Fraire (1934-2015)

yo creía que la muerte…

yo creía que la muerte era una forma más de ser
y no la otra cara de las piedras presentes
busqué debajo de tu rostro la sonrisa de mi infancia
y hallé el guante enlutado de tu madre
tus palabras botaban como canicas por las escaleras del silencio
y una marea de miedo inmóvil te cubría
la muerte se asentaba en los poros del día
y yo, vigilante impávido, presenciaba
la desintegración del universo

Isabel Fraire (1934-2015)
Material de lectura. Poesía moderna. 82
Prólogo y selección de Juan Garcpia Ponce
UNAM, México, 1988.

Sábado

Sola

Sola bajo el agua que cae y que cae.
Los ruidos se agrisan, termina la tarde,
y siento que añoro o deseo algo,
quizás una lágrima que rueda y que cae.
Sola bajo el agua que cae y que cae,
sola frente a todo lo gris de la tarde
pensando que añoro o deseo algo,
quizás una lágrima color de la tarde.
Sola bajo el agua,
sola frente al duelo sin luz de la tarde,
sola sobre el mundo, sola bajo el aire.
Sola,
sola y triste, lejos de todas las almas,
de todo lo tierno, de todo lo suave.
Silencio, tristeza, la muerte más cerca
en el marco triste y sin luz de la tarde.

Idea Vilariño (1920-2009)

Se está solo

Solo como un perro
como un ciego un loco
como una veleta girando en su palo
solo solo solo
como un perro muerto
como un santo un casto
como una violeta
como una oficina de noche
cerrada
incomunicada
no llegará nadie
no pensará nadie en su especie de muerte
no llamará nadie
nadie escucharía sus gritos de auxilio
nadie nadie nadie
no le importa a nadie.
Como una oficina o un santo o un palo
incomunicado
solo como un muerto en su caja doble
golpeando la tapa y aullando
y en casa
los deudos ingieren neurosom y tilo
y por fin se acuestan
y al otro la muerte le tapa la boca
se calla se muere y le arrecia la noche
solo como un muerto como un perro
como una veleta girando en su palo
solo solo solo.

Idea Vilariño (1920-2009)
Material de lectura. Poesía moderna. 153
Selección y nota de Susana Crelis Secco
UNAM, México, 1990.

Domingo

Piedras sueltas

1
Flor

El grito, el pico, el diente, los aullidos,
la nada carnicera y su barullo,
ante esta simple flor se desvanecen.

 

2
Dama

Todas las noches baja al pozo
y a la mañana reaparece
con un nuevo reptil entre los brazos.

 

3
Biografía

No lo que pudo ser:
es lo que fue.
Y lo que fue está muerto.

 

4
Campanas en la noche

Olas de sombra
mojan mi pensamiento
—y no lo apagan.

 

5
Ante la puerta

Gentes, palabras, gentes.
Dudé un instante:
la luna arriba, sola.

 

6
Visión

Me vi al cerrar los ojos:
espacio, espacio
donde estoy y no estoy.

 

7
Paisaje

Los insectos atareados,
los caballos color de sol,
los burros color de nube,
las nubes, rocas enormes que no pesan,
los montes como cielos desplomados,
la manada de árboles bebiendo en el arroyo,
todos están ahí, dichosos en su estar,
frente a nosotros que noestamos,
comidos por la rabia, por el odio,
por el amor comidos, porla muerte.

 

8
Analfabeto

Alcé la cara al cielo,
Inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas.

Octavio Paz (1914-1998)
Libertad bajo palabra
Obra poética (1935-1957)
Fondo de Cultura Económica, México, 1970.


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