Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 12 de Febrero de 2024
Por: Noticias
Lunes
 
38
Llama a la muerte
 
Ven ya, miedo de fuertes y de sabios, 
huya el cuerpo indignado con gemido 
debajo de las sombras, y el olvido 
beberán por demás mis secos labios.
          Fallecieron los Curios y los Fabios; 
y no pesa una libra, reducido 
a cenizas, el rayo amanecido 
en Macedonia á fulminar agravios.
          Desata de este polvo y de este aliento
 el nudo frágil, en que está animada 
sombra, que sucesivo anhela el viento.
          ¿Por qué emperezas el venir rogada, 
a que me cobre deuda el monumento, 
pues es la humana vida, larga y nada?
 
 
39
Que la vida es siempre breve y fugitiva
 
Todo tras sí lo lleva el año breve 
de la vida mortal, burlando el brio, 
al acero valiente, al mármol frío, 
que contra el tiempo su dureza atreve.
          Antes que sepa andar el pié, se mueve 
camino de la muerte, donde envío 
mi vida oscura; pobre y turbio río, 
que negro mar con altas ondas bebe.
          Todo corto momento es paso largo, 
que doy á mi pesar en tal jornada, 
pues parado y durmiendo siempre aguijo.
          Breve suspiro, y último, y amargo, 
es la muerte forzosa y heredada; 
mas si es ley, no pena, ¿qué me aflijo?
 
 
55
Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte
 
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
          Salíme al campo, vi que el sol bebía 
los arroyos del hielo desatados; 
y del monte quejosos los ganados, 
que con sombras hurtó su luz al dia.
          Entré en mi casa; vi que amancillada 
de anciana habitación era despojos; 
mi báculo más corvo, y menos fuerte.
          Vencida de la edad sentí mi espalda, 
y no hallé cosa en que poner los ojos 
que no fuese recuerdo de la muerte.
 
Francisco de Quevedo Villegas
Obras selectas
Prólogo de Arturo Marasso
El Ateneo
Buenos Aires – Caracas – Lima
Montevideo – Rio de Janeiro, 
Buenos Aires, 1957.
 
Martes
 
Última suerte
 
Hemos intercambiado nuestros nombres,
nuestro aliento, los ojos, las miradas,
los cuerpos y los años. La costumbre
de dormir sin cubrirnos.
Hemos intercambiado
el secreto camino de los pasos. Alegrías
de manos enlazadas. Movimiento
de lenguas y de labios.
Amor, amor: hemos intercambiado
lo que somos y fuimos. Y no queda
nada que intercambiar sino la muerte.
 
 
Oración del hombre mortal
 
Dije por ti que nunca temería
a las manos aleves de la noche
que oscurecen el alma.
Dije por ti que el hombre no se apaga,
que no teme morir,
que no cede
al llamado del limo.
Dije yo tantas cosas cuando había
encontrado tu aliento y tu palabra,
pero ahora que sólo miro el eco
silente de tu sombra,
que no puedo
alzar mi rostro a ti porque me abruma
saber que ya no estás, que te has perdido
en el dédalo cruel de tantos años,
digo que soy mortal, que me soporto
sólo para leer mi desventura
como una letra más en el poema
donde todos son nadie.
 
 
Insomnia
 
Habla por ti la noche cuando sube
el río de mi sangre y se arrodilla
al pie de tu misterio mientras sueñas
colmada de preguntas y asediada
por el viento sin fin de la nostalgia
de infelices poetas. Nadie sabe
revelar el secreto que respira
cuando la vida cede a tus dominios
valiéndose de ti, recuperándose
como si nada fuese fugitivo
ni el tiempo de llorar, ni la materia
de las flores que suben por tu espalda
a caminar conmigo mientras duermes.
 
 
Versiones alrededor de ti
 
Se borrarán mis ojos en la noche
y no estaré contigo cuando el alba
me ciegue con su río de preguntas
sordas como el dolor de no tenerte,
de no saber de ti, de soportarme
perdido en este cuerpo para siempre.
 
Gilberto Prado Galán (1960-2022)
En: Jorge Valdés Díaz-Vélez
Desierto amor. Cuatro poetas torreonenses
Antología. En preparación.
 
Miércoles
 
Epílogo
 
He decidido acabar --no lo haré aquí en el hotel para no comprometer a los que me han ayudado. Anoche vino a dejarme hasta la puerta y en su propio coche, Arturo [Pani, cónsul de México en París]. No parecía tomar en serio la afirmación que le hice de estar decidida a matarme a fin de que mi hijo vuelva a su padre, que lo educará según las costumbres de su familia burguesa. ¡Pobre Arturo! Soportó que le hiciera los más duros reproches. ¿Cómo podía ser que un hombre como él, tan decente en lo personal, se mantuviera al servicio de la pandilla de miserables que forman el gobierno de Calles en México? Por cierto que salí del Consulado presa de gran agitación. Se hallaban allí, y se apresuraron a saludarme, dos de nuestros famosos compositores populares: Tata [Nacho, Ignacio Fernández Esperón] no sé cuántos, y el otro también célebre. Partían también para México y se felicitaban de que pudiésemos ser compañeros de viaje. “¡Tan chulo nuestro México!”, dijeron. En ese momento perdí la calma y prorrumpí casi en insultos: “¡Tan puerco, les dije, tan puerco como todos los que ven con indiferencia aquella situación! ¿Qué no les da asco? ¿Qué ya se acabaron los hombres? Por mi parte, a mí me da náuseas pensar que he de volver a mirar las caras de todos esos rufianes sin ponerles el puño en el rostro.”
          Cuando llegué al hotel, me asomé al cuarto de Vasconcelos. No había llegado; anda con Deambrosis, muy ocupado en conseguir el local para la reaparición de su Antorcha. Le he dicho que me tome de traductora, de cualquier cosa, por sólo la comida, en una buhardilla; lo que no quiero es irme a México. Me contestó que no estábamos en condiciones de jugar a la bohemia. “Tú estás acostumbrada, expresó, a una vida de lujo, más bien de derroche; no te imaginas lo que es la pobreza. Vé y recoge lo que quede de tus bienes; con sólo el valor de tus alhajas puedes poner algún dinero a rédito y con eso podrás sostenerte aquí indefinidamente. Todo será cuestión de un par de meses. La revista estará a tus órdenes; nadie puede sustituirte en ella, por lo demás...”
          Se ve que Vasconcelos tiene alta estima de mi talento literario, pero no me cree capaz de un sacrificio prolongado. “Una revista, me ha dicho, para sostenerse ha de organizarse como negocio y el negocio no tiene nada que ver con la abnegación; a todo el mundo hay que pagarle sus servicios, no quiero que nadie después se llame explotado.”
          Pese a estas actitudes que presumen habilidad para los negocios, no creo que no se dé cuenta Vasconcelos de que la revista durará lo que duren los escasos fondos que ha podido reunir con sus conferencias de Colombia. En México nadie le va a ayudar, ni sus mejores amigos, por miedo a complicarse los que tienen algo y porque no pueden los más, que son muy pobres.
          No dejé, sin embargo, de responder a su prédica materialista: “¿Cómo es que tú sí te sacrificas? Ahora mismo, de lo poco con que cuentas, me has dado para los pasajes a México. Te devolveré ese dinero; no quiero usarlo. Además, añadi, tú sabes que de un momento a otro llegará dinero mío. (Eso vengo afirmando, pero ya sé que no vendrá; llevo muchos días pendiente del casillero cada vez que atravieso el vestíbulo, y nada).” Lo mejor es lo que tengo decidido; será mañana sin falta. Ya está en mi poder la pistola que saqué de entre los libros del baúl de Vasconcelos. Es la que lo acompañó en toda la gira electoral. “No la usaré, me dijo alguna vez, sino para reprender alguna agresión personal, para evitar algún vejamen.” Es bueno que no haya tenido necesidad de ella; ¡pobre!, le va a doler cuando sepa que me estaba reservado a mí el usarla. En lo íntimo, me va a reprochar que no lo acompañara hasta el fin; él tiene fuerzas para esperar en actitud de combate; en realidad es inexpugnable, acaso porque siempre cuenta de antemano con el fracaso; por eso no se doblega, sigue adelante. Me duele dejarlo; se va a sentir herido, estoy por decir, traicionado, pero le pasará pronto y me perdonará y acaso hasta sienta algún alivio allá en lo profundo; al fin y al cabo, seré un peso menos en su carga que es gigantesca.
          No me necesita, él mismo lo dijo cuando hablamos largo la noche de nuestro reencuentro aquí en esta misma habitación. En lo más animado del diálogo, pregunté:
“Dime si de verdad, de verdad, tienes necesidad de mí.” No sé si presintiendo mi desesperación o por exceso de sinceridad, reflexionó y repuso: “Ninguna alma necesita de otra; nadie, ni hombre ni mujer, necesita más que de Dios. Cada uno tiene su destino ligado sólo con el Creador.”
          No cabe duda que su fuerza es su fe. Sus debilidades sexuales no lo dominan, se entrega con naturalidad. A ratos me parece que soy su obsesión, pero luego siento que podría prescindir de mí de un modo total. A menudo cae en goces un tanto pueriles, como el gusto con que visita una bodega de vinos portugueses; se hace servir una o dos copas, contempla el vino al trasluz, hace que todos lo bebamos y a poco se levanta y se olvida, se diría que la sensación no penetra más allá de su corteza.
          En el fondo, ¿qué es lo que quiere?
          ¿Pero acaso algún hombre sabe de verdad lo que quiere? Sólo los santos; pero él es apenas un santo malogrado. A veces me recuerda la frase de León Bloy: “El mayor dolor del hombre es el dolor de no haber sido un santo”. En él hay algo del asceta y un sedimento de misticismo. Los sucesos y las cosas lo rozan pero no lo penetran. Imagino sus reflexiones en caso de que cayera en sus manos una de las cartas que me ha estado mandando el oficial aquel del barco. Insiste en que le otorgue otra cita de plena sensualidad; no me arrepiento de lo que hice, pero no le he contestado. ¿Le dolería verdaderamente a Vasconcelos saber lo que pasó? Cierto que en aquel momento nos hallábamos distanciados; me causó enojo que no me llamara a La Habana. El oficial de marras es un macho hermoso, acostumbrado a causar placer. Presiento, sin embargo, que allá en el fondo tendría que darse cuenta de que una traición de la carne en nada altera la identidad de dos almas. Por otra parte, estoy segura de que él no volverá a sentirse ligado con nadie tan intimamente como lo ha estado conmigo. Sé que no renegará de mí, ni siquiera con motivo de mi suicidio, y eso que él no es del tipo que se suicida. Por lo pronto, al saber lo que he hecho se enfurecerá. Sólo más tarde, mucho más tarde, comprenderá que es pejor para mi hijo y para él mismo. Entonces se enternecerá y no podrá olvidarme jamás: me llevará incrustada en su corazón hasta la hora de su muerte.
          Ya tengo escrita la carta que dirijo a Arturo reiterándole el encargo de que recoja a mi hijo y lo mande a México. No quiero mezclar en nada de esto a Vasconcelos, quiero evitar el escándalo. Sabrá lo que he hecho por aviso de Arturo. Le va a parecer increíble. Hace poco me dijo que una madre que ha luchado tanto por conservar a su hijo, no se va a matar dejándolo solo, porque de paso perdería el pleito. ¡Mi hijo!, no quiero pensar más en él; le dirán que estoy enferma, en un sanatorio, y su padre inmediatamente mandará recogerlo; es mejor para el futuro de mi hijo; le quedará de mí sólo el recuerdo de una infinita ternura. No puedo más. La cabeza me estalla; no puedo dormir. Mañana, a estas horas, todo habrá concluido, es mejor así, Hölderlin tenía razón. Vasconcelos nunca quiso que se lo leyera. No es de su temperamento y lo adivinó.
          “Terminaré mirando a Jesús; frente a su imagen, crucificado... Ya tengo apartado el sitio, en una banca que mira al altar del Crucificado, en Notre Dame. Me sentaré para tener la fuerza de disparar. Pero antes será preciso que disimule. Voy a bañarme porque ya empieza a clarear. Después del desayuno, iremos todos a la fotografía para recoger los retratos del pasaporte. Luego, con el pretexto de irme al Consulado, que él no visita, lo dejaré esperándome en un café de la Avenida. Se quedará Deambrosis acompañándolo. No quiero que esté solo cuando le llegue la noticia.”
 
Antonieta Rivas Mercado (1900-1931)
Cartas a Manuel Rodríguez Lozano (1927-1930)
Edición y Prólogo de
Isaac Rojas Rosillo
SepSetentas 206, 1975.
 
Jueves
 
El lago
 
1. Definiciones
Río sin manantial ni océano; 
conciencia diamantina sin ayer;
uciérnaga caída sobre el prado;
pupila insomne;
espejo celeste;
flor líquida;
cuna de marfil
para el corro de lanchas párvulas 
que meces en tus brazos 
azules, muerto azul.
 
2. Adán y Eva
Brazo oscuro y sinuoso, la colina 
ciñe (pero qué estrecho, hasta asfixiarle)
la cintura de luz del lago.
          Tan apretadamente, que se llora 
pensando en que no va a poder comerse 
la manzana redonda de la luna, 
que le ofrece en la boca azul 
aquel arroyo serpentino.
 
3. Ventana
Al despertar, duchazo saludable 
de sol y cielo y aire de la sierra, 
para los macilentos que aún tememos 
levantarnos en la ciudad 
asfixiados de humo y gasolina.
          Es también un trocito azul del lago 
con que adornaron nuestra celda, 
como con el retrato de una novia 
que, desde el marco, nos reprocha 
cada noche de ausencia.
 
4. Alba
¡El sol! ¡El nuevo sol! Midas que hasta 
las voces con que le apostrofo 
me las torna de oro.
          ¡Qué ganas de quitarnos 
nuestros trajes de oro, Moctezuma, 
para que el sol conquistador mirara 
todavía de carne viva y tórrida, 
la sombra de tu cuerpo 
y mi cuerpo de sombra!
 
5. En lancha
Remando por el cielo y por el agua 
pasa una cerca de nopales, 
piragua innumerable
cargada de crepúsculo.
 
6. Instantánea
Tras la diurna función, el tramoyista 
del crepúsculo recogió 
sus trucos de escenografía.
          Los paseantes se guardan los prismáticos 
con un poco de desencanto, 
y en los estuches de la Kodak 
esconden lo que pueden del paisaje.
          Y el horizonte, devastado 
por la rapacidad 
de los turistas y la noche, 
va emigrando a mi corazón
--por el río de luz de mi mirada-
en los lanchones, desbordados 
de recuerdos y de silencio.
 
7. Elogio
Las palabras más ricas, 
menguante aurirrosado de la luna, 
se me van por el lago, verticales, 
en una temblorosa exaltación, 
a colgarse de ti.
          Que los poetas --que todo lo sueñan--
y los amantes --que lo tienen todo--
son aquí tus mendigos humillados.
 
8. En lancha
Venía persiguiéndonos, la vieja 
barca oxidada de la luna, 
con su carga de amantes populares.
          Era menos plebeya 
nuestra lancha, y más rápida: 
la dejábamos lejos, y de pronto 
chocó en un pico de la sierra:
nadie contó las víctimas, 
pero su sangre oscura 
era océano sobre el lago.
 
 
9. Colores, 1
La colina, rosada, en el agua, 
y la sierra, azul, en el agua, 
y el sol, caído y púrpura, en el agua,
y la orla de manto de la orilla, 
verde bordado de la primavera 
colegiala, imperfecto, sobre el agua.
          Mi mirada, clara y vehemente, 
de un cristal más limpio que el agua, 
ida a todas las cosas, sobre el agua.
 
10. Colores, 2
Luego vendrán, modistos, el crepúsculo 
y la luna de siempre, 
y el maniqui geométrico del monte 
se verá en el azogue del lago 
su túnica de grana, 
de iris, de oro, de plata.
          Hasta que se muera la luna 
y le guardemos, todos, luto.
 
11. En lancha
Cuando hasta en las pupilas fue de noche, 
las lucecitas de la orilla 
salieron a encontrarnos, alargándonos 
sus brazos temblorosos sobre el agua.
          ¡Qué largo escalofrío el nuestro, entonces!, 
porque todos sabíamos historias 
en que Caperucita se perdía 
en la boca de lobo de la noche.
          ¡Qué lástimal, ¡qué lástimal
Daba aquello tal pena, 
que, como no podíamos salvarlas, 
apretando los ojos, las matamos.
 
12
Pasamos esta noche, mar, soñándote.
Vientos de fronda que de ti llegaban, 
burlando el espionaje de los montes, 
nos hicieron pensar si prolongabas 
hasta nuestro rincón de aldea y lago
--tan bovino, tan manso, tan hesiódico--
tu rebelión interminable.
          Como el nublado al cielo sus estrellas, 
nos saquearon la troje de los sueños
--igual que otras, ayer, al vecindario—
tus vientos insurrectos.
 
13. Aprendizaje
Arroyo recto y lúcido:
eres como mirada de discípulo 
con que el ojo del lago 
aprende la quietud de las montañas.
          El día que no corras 
será que el lago, muerto, 
habrá aprendido ya a cerrar los ojos, 
o que se los habrá cerrado, mano 
celeste y femenina, 
alguna nube.
 
14. Zirahuén
Eres, mío, más dulce que tu nombre, 
tan dulce, sólo, como tú.
          Se te parecen algo el manso párroco, 
los ojos de los asnos, mis palabras, 
y la colina, frágil, bajo el sol.
 
15. Adiós
Cuán entrañablemente me dolía 
arrancarme mis ojos de sus ojos, 
que ataba con cadenas de cristal 
mi feliz vasallaje de mirarle.
          Si hasta el tren --¡qué lento se iba!--, 
hasta el tren lo sentia y se marchaba 
asonantando el suyo al paso de la tarde, 
cargando su recuerdo --también vidrio--
como con miedo de romperlo 
si saltaba, corriendo, las montañas.
          Todavía, por un claro del monte, 
sacó un brazo redondo y lúcido 
para despedirme. O sería 
más bien para retenerme.
 
Gilberto Owen (1904-1952)
Obras
Edición de Josefina Procopio
Prólogo de Alí Chumacero
Recopilación de textos por
Josefina Procopio, Miguel Capistrán,
Luis Mario Schneider e Inés Arredondo
FCE, México. 1979 (2ª ed.)
 
Viernes
 
Corazón de la tarde
 
Corazón amoroso de la tarde, 
intemporal, perfecto.
Alzado en la colina del viento te saludo.
Y eres tal vez el eco 
de un mediodía sin lluvia, solitario.
          Corazón, de imposibles vas a llenar la noche 
y lograrás que caigan las estrellas 
como un puñado de pájaros hambrientos 
en el tejado de la tarde.
          Corazón, dios del viento,
demonio que desnudas con lujuria al crepúsculo, 
invéntate de nuevo 
para que el triste beba
la sangre de tu río 
y coma el pan de tus montañas.
 
Thelma Nava (1932-2019)
 
 
El sediento
 
Como el que quiere y no, 
como el que llora lo que nunca ha tenido 
y se golpea las alas 
desbaratando tréboles inútiles.
          Caminará derecho hasta su orilla, 
se tenderá, de lado, 
para que el sol así, le dé la espalda.
Y si la sombra llega, 
si aún es tiempo, 
le arrebate el perfil.
Escribirá un monólogo de tierra 
en la sombra del viento.
          Se hará muchas preguntas 
pozo negro y vacío
cueva del agua, 
ay
este
indefinible
corazón 
mío.
 
Thelma Nava (1932-2019)
El primer animal
Poesía reunida, 1964-1995
Presentación 
de Angélica Tornero
Conaculta, México, 2000.
 
Sábado
 
Esta vez comenzamos con una explicación:
 
[…] En Gerardo Deniz es tan importante la música de las palabras, que donde se abra este libro aguarda el lenguaje en día de fiesta, con sus violines y sus trombones, interpretando una partitura que si bien puede abundar en rarezas, nos proporciona una experiencia única, que dificilmente conociamos con anterioridad. Y es muy posible que esa exporiencia nos enriquezca, lo cual, en tiempos de incertidumbre generalizada --artística, pero también política, moral, etcétera--, no podemos sino considerar como un obsequio.
          ¿En qué consisten esas rarezas? Críticos de lo más sesudo han respondido a esta pregunta. Según nos dicen, no es nueva ni extraña en la literatura de todas las lenguas la capacidad de producir obras (raras si se quiere) que tienden a la dificultad en determinados momentos de su evolución. Eso se debe a un sentimiento alojado en el corazón mismo de su tiempo, que encarna en algunos de sus autores, y los hace "oscurecer" su significado, o mejor dicho alejar todo lo posible de las obviedades y los lugares comunes la expresión de sus sentimientos y sus ideas, como si sintieran que la realidad --o, en ciertos casos, su realidad-- no está para hablar como todo el mundo habla.
          Aquí nos topamos con un asunto que es esencial para no confundirnos al juzgar a esta especie de autores. De ninguna manera el hecho de que truequen su expresión para no hablar como todo el mundo significa que su literatura esté hecha de artificios, y por ello sea falsa o poco auténtica. Por el contrario --y ése es el caso de Deniz--, pueden ser profundamente coherentes con su mundo interior, y son capaces de mantener contra viento y marea una fidelidad respecto a su expresión más íntima. En términos literarios, ellos realmente "hablan" y piensan así; ésa es la expresión literaria que reproduce mejor su interioridad.
          Los conocimientos a los que Deniz hace constante referencia en su poesía, y que la gran mayoría de las ocasiones escapan a nuestro entendimiento, todos ellos, forman parte de su propio mundo interior. No es que el amor o el odio, la ternura o la soledad no sean parte de su vida: por el contrario, esos sentimientos están allí, comoen muchospoetas, pero se expresan mejor a través de referentes que han sido los de toda su vida.
[…]
Fernando Fernández,
en la Presentación
de Adrede y Gatuperio
 
 
Samsara
 
Las hijas de las madres que amé tanto 
me besan hoy como se besa a un santo.
 
Tú y tú y tú,
venus esteatopigia, ángel un poco demasiado tomentoso, señora:
empieza a redactar
mi parcial ficha antropométrica 
para --parcial-- orientación de tus hijas.
          Tal vez alguna, Dios mediante, 
después de llegar otra vez con retraso y absorta a la cena casera,
te ayudase a llenar renglones en blanco
--modos, hábitos, manías
que entonces no quisiste contribuir a establecer.
 
 
Ignorancia
 
Cuando se quita usted del labio el epíteto escupiéndolo al rostro de la amada,
siente usted que ha cumplido, hasta que le sale otro, v.gr. de tabaco,
y el proceso se repite ad nauseam.
Lo malo es esa manigua poblada de grillos y leopones, 
esa insuflación de burbujas en el tuétano
--en una palabra, todo lo que hormiguea, desazona 
un rato y hace amanecer los lunes
pensando
cómo será que a mis tíos y tías los poetas
les ocurre lo que relatan 
y viven para contarlo.
 
 
Acertijo
 
Ilustres y poderosos hermanos,
no habrá por estos rumbos nada rupestre.   
Fresco sí.
                Según los mandamientos de la literatura,
Sófocles y Dante lo recogían en botes viejos de leche condensada.
--por tener el tamaño y la forma ideales—
y se pasaban las horas examinándolo, trasegándolo
     revolviéndolo con el meñique.
De vómito se trata.
                               Han adivinado.
 
Gerardo Deniz (1934-2014)
Adrede y Gatuperio
Conaculta, México, 1998.
 
Domingo
 
El torito jarocho
 
Este torito que traigo 
no es pinto ni colorado, 
no es pinto ni colorado, 
este torito que traigo.
          Es un torito barroso 
de los cuernos recortados, 
este torito que traigo 
no es pinto ni colorado.
          ¡Lázalo, lázalo!
¡Lázalo, que se te fue! 
¡Échame los brazos mi alma
y nunca le olvidaré!
          iLázalo, lázalo!
iLázalo, que se te va!
¡Échame los brazos mi alma, 
si me tienes voluntad!
          Yo le pregunté a un vaquero 
cómo se ordeña una vaca, 
Y me dijo, el embustero:
--Se le amarran las dos patas…
          --Se le amarran las dos patas 
y se le arrima el becerro...
          iLázalo, lázalo!
¡Lázalo, que se te va! 
¡Échame los brazos mi alma, 
si me tienes voluntad.
          ¡Lázalo, lázalo!
¡Lazalo, que se te fue! 
¡Échame los brazos mi alma, 
y nunca te olvidaré!
 
 
La iguana
 
Dicen que la iguana muerde; 
pero yo digo que no:
yo agarré una por la cola, 
nomás la lengua sacó.
          Iguana mía; ¿Pa' dónde vas? 
Voy para el pueblo de Soledad.
Que será mentira o será verdad, 
lo que anda diciendo la gente ya;
cuando va uno al pueblo no hay novedad.
          A tarín, tan tea.
Que iguana tan fea.
Que se sube a un palo 
y se zarandea;
se mete en un hoyo, 
pa' que no la vea;
pone su huevito,
lo cacaraquea.
          Haga usted lo mismo 
pa' que me lo crea.
 
 
El Sacamandú
 
¡Ay, nomás, nomás! 
¡Ay, nomás, nomás!
Mañana voy al torco 
a aprender a manganear,
          pues, ya me parece feo 
que todos sepan lazar, 
que todos sepan lazar, 
¡y yo nadamás los veo!
          ¡Ay, nomás, nomás!
¡Ay, nomás, nomás!
          Cuando los vaqueros van 
al llano de Nopalapan, 
al llano de Nopalapan, 
cuando los vaqueros van.
          En su caballo alazán, 
gritándole al toro, ¡japa! 
gritándole al toro, ¡japa!
¡japa, torito galán!
¡Ay, nomás, nomás!
¡Ay, nomás, nomás!
 
Rubén Vázquez Domínguez´(1967?)
El son jarocho: sus instrumentos
y sus versos.
UV, Xalapa, 1991.
 

Comparte esta noticia

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua