Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 21 de Agosto de 2023
Por: Felipe Garrido

Lunes

El huele de noche

I
No queda del jardín sino la noche.
¿Dónde la rosa que iluminaba el cielo?
Del aretillo, sólo el humo de nubes
incendiadas
y del granado,
la huida de sí mismo
inha sb moberdme
al centro de la grana.
Una alta estrella vigila
sosib orn aoñous da ol
un mar pálido avanza por la casa
los párpados se caen.
La fuente de los sueños
Homuib stasisbe abad
despierta blanca en el jardín.

II
No queda del jardín
sino la noche.
No queda del jardin
sino el fantasma.
Pálido golfo de perfume
lo oscuro lo rodea.
El viento que lo toca
se contagia.
Sonámbulo
reparte sueños en la casa,
presagios de otra luna.
Un ángel lívido, sin alas,
se sienta entre sus ramas.
No queda del jardín
sino el fantasma.

III
Blanco misterio de la noche
tenebroso perfume
racimo melancólico
presagio de la sombra
reflejo de la luna que te mira;
tu aromada cueva
es la ausencia de la tarde.
El balanceo de tus ramas
origina a la noche.
Entonces el juego queda roto;
recogen a los niños.
Huye el jardín hacia las sombras.
Tus flores estallan,
se deshojan hipnóticas;
extraños abanicos de perfume
se balancean sonámbulas.
Llegan los ángeles nocturnos
y tú, entre ellos,
velador del jardin,
permaneces flotando hasta la aurora.

IV
Fantasma del jardín nocturno
floreces en las sombras
te buscas en el cielo
te reconoces en la luna.
Abres indiferente tus sonámbulas ramas,
el viento se detiene ante ellas.
Nos das el olor de la noche
rama oscura;
tus flores blancas
deshojan perfumes y presagios.
La noche te rodea.
Un ángel pálido te mira.

 

El jardín

¿Dónde quedó el jardín?
¡Dónde la jacaranda y la palmera
deshoiándose azul y dando frutos amarillos?
Perdido está el granado.
Perdida la torre de la iglesia
que vivió en el cielo de mi casa.
En el centro, la fuente en la que nos mirábamos.
Al fondo, el pozo y los helechos.
Sobre el pasto, las huellas de nuestros pasos.
Sobre nosotros, el tiempo que nos hizo crecer.
Las lágrimas de mi madre en las baldosas del corredor.
La mano de mi padre cerrando puertas y ventanas.
Muy lejos, el viento solitario,
el árbol derribado
y el continuo caer de las hojas.
En el mismo espacio invisible
los aullidos del perro y los fantasmas
que habitaron mi casa.
Por esa rendija del tiempo
huveron también las fiestas patrias
y las pisadas nocturnas del huarache,
las jícamas, el soldado muerto
mientras bebía un agua de tamarindo
y el ruido de la banda militar.
Atrás, Rutilio, Estefanía, sus lágrimas de pobre
y el adiós.
¿Dónde, dónde recuperar aquellos días?

Elena Garro (1919-1998)
Cristales de tiempo. Poemas inéditos
Edición, estudio preliminar y notas
de Patricia Rosas Lopátegui
UANL, Monterrey, 2016.

Martes

Pomada de luna para superar el
sufrimiento que trae consigo el amor

Luz de luna
Baba de lobo
Agua de arcoíris en el río
Una gota de Tolo hache para adormecer un poco el
hemisferio río cerebral del amor
Pedazo de testículo de escorpión en mezcal.
Poema, pomada, poeamada.

 

La rosa de vino (sincrónica)

No hay ninguna diferencia
(Así yazgas en supino)
Entre una copa de vino
Y tu rosa en insurgencia.
Más que simple coincidencia
Entre el brote de tus piernas
De las colinas más tiernas
Y la flor que sangra vino
Ahogando al azor que vino
Con tus estrellas internas.

 

La rosa es tu nahual

En la mesa de tu vientre
Está la copa de honor
Que en el prado de tu amor
Derrama su rosa ardiente.
Entre mis labios la vierte
Y me voy de rama en rama
Por tus brazos y tus piernas
Como tigre con su presa.
En su boca está la rosa.
Y en sus garras tus espinas.

 

Canto cardenche

Canta el cardo en el desierto
Con el coro de coyotes
Mi canto cardenche
Con el aullido del viento
Sobre la nada mi canto
seco y espinoso
En el desierto del ser
En la verdad desnuda:
¿En dónde está mi amor?
¿En dónde está todo mi amor?
Sólo el coro de coyotes me responde
Solo la voz aguda y seca del cardo
La segunda ardiente del viento
Y el requinto del sol en las gargantas
De las piedras desnudas
Su profundo brillo espinoso
Una estrella que al crecer me envuelve:
¿En dónde está mi amor?
¿En dónde está todo mi amor?

 

Piedra

Piedra: eternidad, inmovilidad
Flor: cambio, renacimiento, movimiento
Estanque: eternidad y renacimiento,
Inmovilidad-movilidad, espejo que une tierra y cielo
piedra y flor.

 

Petricor

La lluvia petrificada en su petricor
En una piedra enlamada
En el alma de la nada de la amada
Perdida en otro color.

 

La lluvia
La lluvia formando lotos transparentes
Es la voz de los lotos
Un coro transparente de vidrio
Sonido cercano de estrellas.

Víctor Toledo (1957)
Coro de Kore en el jardín
(di versos)

Gobierno de Puebla, Cholula, 2023.

Miércoles

Mi querido amigo:
¿Qué te parece si delante de este libro que tienes abierto en las manos, y que es el último de la Escuela Primaria, ensayamos tú y yo un elogio de la lectura?
Pronto vas a ver, si acaso no lo has visto ya, que la lectura es una gran cosa. Es una puerta para el saber, para el progreso, para la justicia entre los hombres. O sea, un instrumento de grandes bienes.
Mira. Vivimos en un pueblo, en una nación, en un mundo. Ni tú solito, ni yo solito, ni nadie solito puede hacer nada. Ni siquiera sobrevivir. Para nuestra vida misma, necesitamos, la comunicación con los demás.
Hay muchos medios de comunicación entre los hombres: el apretón de mano que nos da un amigo, la pieza de música que oímos, la película que vemos en el cine, y muchos, muchísimos otros medios. En el futuro se van a inventar todavía más (y no me cabe duda de que a ti te van a parecer maravillosos).
Pero de todos los medios de comunicación que hay en nuestros tiempos, el más importante, el más completo, el más profundo, el que más informa, el que más cosas tiene que comunicar, es la palabra escrita.
¿Por qué? Mira. Lo más valioso que tenemos los seres humanos es el lenguaje. El lenguaje es lo que nos caracteriza. Sin él, no nos llamaríamos seres humanos. Y sucede que la palabra escrita ha estado al servicio del lenguaje durante muchísimo tiempo (durante miles de años), y lo ha hecho con tanta fidelidad, con tanta eficacia, que el lenguaje ya no ha podido prescindir de ella.
La lectura de la palabra escrita pone a nuestro alcance todos los tesoros posibles del lenguaje.
A mí nunca se me van a olvidar las lecturas que hice durante la Escuela Primaria.
El único libro escolar que tuvimos mis compañeros y yo, hace ya muchos años, en un pueblo llamado Autlán (estado de Jalisco), fue el libro de lectura. La historia y la geografía y las matemáticas y las ciencias naturales y todo lo demás, lo aprendimos sin libros: nos bastaba oír las explicaciones de "la señorita", o sea la maestra, porque ella sí tenía libros. Pero para la lectura era necesario que cada uno de nosotros tuviera su libro.
Ese libro se llamaba "Infancia", y estaba repartido en cinco tomos, desde Segundo año hasta Sexto. Nunca he vuelto a verlos, pero me acuerdo muy bien de ellos. Recuerdo su aspecto, recuerdo sus lecturas, recuerdo sus dibujos, y todavía me sé de memoria muchas de sus poesías, por ejemplo una de un señor llamado Goethe, que comenzaba así:
La ola sin cesar subía,
la ola sin cesar baiaba
y el pescador contemplaba
el anzuelo que se hundía
Mis compañeros y yo gozamos mucho con esos libros. En ellos leímos el cuento de Simbad el Marino, y unas anécdotas del señor Morelos, y la descripción de unos árboles extraños que cantan cuando el viento los acaricia, y el caso de un mentiroso a quien nadie le creyó el día que dijo la verdad, y la historia de Cristóbal Colón, que tenía una gran idea en la cabeza, pero los poderosos lo creían loco, y él no renunciaba a su idea a pesar de la incomprensión y a pesar de la pobreza, hasta que un día llegó, con su hijito de la mano, a un lugar llamado La Rábida, y allí su suerte comenzó a cambiar ..
Sí, leímos muchas cosas a lo largo de cinco años: primero cositas simples; después cosas más complicadas y más largas, y más interesantes también.
Al terminar el libro de lectura de sexto grado nos habíamos asomado ya a una buena parte del mundo. Nos habíamos hecho amigos de muchos escritores.
Dije bien: "amigos". Porque esos escritores, en su prosa o en sus versos, nos habían dicho algo de lo que pensaban o sentían, y nosotros los habíamos leído con interés y con gusto, y esto era señal de que estábamos de acuerdo con lo que nos decían, tal como dos buenos amigos se ponen de acuerdo en una idea genial que a uno de ellos se le ha ocurrido.
¿Que por qué te cuento estas cosas? Porque tú puedes entenderme. A través de tus libros de lectura de la Escuela Primaria, tú también te has asomado ya a una buena parte del mundo, y cuando termines este libro de Sexto grado contarás también con una buena cantidad de amigos.
En mi libro de lectura yo me hice amigo de Miguel de Cervantes y de Rabindranath Tagore. Estos y otros autores de mi libro están también en el tuyo. Bueno: pues si lees bien las páginas de Cervantes y de Rabindranath Tagore, notarás que estos autores te caen bien, que les tienes simpatía, y estoy seguro de que tu simpatía va a ser como la que yo tuve, como la que yo sigo teniendo por ellosEn mi libro de lectura yo me hice amigo de Miguel de Cervantes y de Ra-bindranath Tagore. Estos y otros autores de mi libro están también en el tuyo. Bueno: pues si lees bien las páginas de Cervantes y de Rabindranath Tagore, notarás que estos autores te caen bien, que les tienes simpatía, y estoy seguro de que tu simpatía va a ser como la que yo tuve, como la que yo sigo teniendo por ellos.
En tu libro hay relatos y poesías que no estaban en el mío. Y te digo una cosa: a veces siento envidia de tu libro, que trae páginas tan bonitas. Por ejem-plo, en el mío no había nada de Juan Rulfo ni de Juan José Arreola. Pero es lo mismo. Si lees bien a Rulfo y a Arreola, y a los demás, vas a ver que te gustan: vas a ver que son tus amigos.
La única condición es ésta: leer bien.
Para leer bien sirve mucho pronunciar bien las palabras, sirve mucho decir las frases en un tono adecuado, en el tono que sería más natural si las distintas cosas que leemos las estuvié-, ramos diciendo desde nosotros mismos. Es como si la pronunciación y el tono de la voz fueran las señales de que has entendido. Pero, en general, no vas a leer en voz alta, sino en silencio, para ti mismo. Las señales de que has entendido van a ser entonces otras. Lo que siempre importa es entender lo que hay en el libro. Como cuando entiendes lo que un amigo tuyo te está diciendo.
Yo me imagino que en este momento tú no sabes si vas a ser de las personas que leen poco o de las que leen mucho. Te deseo que seas de las que leen mucho. Pero más vale leer poco y bien, que mucho y mal. No todo el mundo tiene la posibilidad de leer mucho. Pero el que sabe leer tiene siempre la posibilidad de leer bien. (Y el que lee bien puede siempre leer mejor).
Tú ya puedes leer bien. Tienes esa suerte. Aprovéchala. Lee. Y si la lectura te ha gustado, si entiendes lo que la lectura significa, sigue leyendo.
Mira. En la vida hay muchos bienes, muchas cosas buenas. Unos bienes duran poco (por ejemplo, las pelotas de hule): otros duran mucho. Unos se acaban sin dejar huella; otros, en lugar de acabarse, engendran nuevos bienes. Uno de los bienes que más bienes es capaz de engendrar es la lectura.
Por eso, lo mejor que puedo desear para ti es que conserves el gusto por la lectura. Que lo conserves, y lo amplíes, y lo alimentes.
Quienes conservan el gusto por la lectura no hacen distinción entre lecturas serias y lecturas agradables. Si un libro de historia es serio, también es serio un libro de cuentos; y si el libro de cuentos es agradable, también lo es el de historia. Si un libro de poesía es útil, también es útil un libro de ciencia; y si el libro de ciencia es hermoso, también el de poesía lo es.
Éstas son algunas de las ideas que se me han ocurrido para hacer el elogio de la lectura. Tal vez a ti se te ocurran otras. Pero lo más probable es que algunas de tus ideas se parezcan a las mías, tal como las mías se parecen a las de mis maestros y de mis amigos.
Si así es, me gustaría que contaras entre tus nuevos amigos a
Antonio Alatorre
México, 6 de agosto de 1974.

Jueves

Acerca de la Luna

En fin, ella es la dueña
de las ruinas.
Los tristes animales
que apenas vemos, grillos
de ojos tediosos, y pacientes
escarabajos de coraza heráldica,
pueblan al sol la hierba
piadosa y firme, pero temen
su lívida mirada.
Pues ella
viene como quien huye, y todo
cuanto sus ojos miran
es sólo un sueño.
Ella
duerme, y no espera
otro prodigio que el silencio.
No tiene
otra promesa que su sueño.

Eliseo Diego (1920-1994)

 

Sobre un signo de puntuación

En el poema "Las personas mayores", de César Vallejo, cuatro niños quedan solos en una casita de campo bajo cuyo pobre techo, mientras avanza el crepúsculo, parece ir adensándose toda la intemperie del mundo.
El mayor, el que narra y toma para sí la carga de los padres ausentes, procurando consolar a sus hermanos pequeños –aunque él es, en realidad, el menor de los cuatro–, los llama, casi al principio, en un verso formado nada más con sus tres nombres:
Aguedita, Nativa, Miguel...
Es una invitación a estarse tranquilos y no arriesgarse afuera, donde la soledad y la sombra arrecian de modo atroz, donde las gallinas que se están acostando todavía, se han espantado tanto.
Observemos la gravedad, la intensidad trágica que adquiere el tanto puesto justamente al final del verso –¡qué distinto habría sido, por ejemplo, "tanto se han espantado"!--, y veamos el recurso con que Vallejo alcanza el extremo del desamparo y la total cerrazón de la tiniebla. No puede ser más simple. Es el mismo verso del principio, sólo que ahora lo acompaña un levísimo --y terrible añadido:
Aguedita, Nativa, Miguel?
Ese signo de interrogación final, ¡cómo nos deja temblando! Por tan diminuta fisura irrumpen, en borbotones de sangre, los últimos versos:
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.

Eliseo Diego (1920-1994)

No es más
por selva oscura

Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema
no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha, una
esperanza indecible;
un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.

Eliseo Diego (1920-1994)
La sed de lo perdido. Antología.
Ediciones del Equilibrista, México, 1993.

Viernes

Muerto en su madera

A Sergio Hernández Rivera

En el centro del llano un árbol seco
se resiste a morir sin su paisaje,
ya no hay alas ni lluvia en su ramaje
y el árbol de sí mismo es sólo un eco.
Se queja el roble por su tronco hueco
y es el viento quien gime en sus heridas
donde florecen plantas adheridas
que se alimentan de su cuerpo seco.
De la raíz más honda hasta la rama
que le dolió al nacer, busca y espera
encontrar el misterio de un latido.
Cierto pájaro oscuro le reclama
un verde que se ha muerto en su madera,
una savia y un tiempo que se han ido.

septiembre 1987

 

Monólogo

Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.
Soledad, por ejemplo,
es como un hueco enorme
o una piedra cayendo en el vacío
o el dolor en el pecho
cuando nino te quedas en la calle
sin conocer a nadie
o viene el padre y parte
y entonces la ternura
se convierte en lagrimas,
en odio, en largo desconsuelo
y hasta te hiere el aire
y caminar no basta
y dormir es morir pero te duermes.
Soledad no es el acto de estar solo,
es buscar en los otros tu estatura,
tu dimensión exacta,
o más bien repartirte,
formar un ancho coro de ti mismo
y luego no encontrarte en los que pasan.
Qué soledad la del que pide a gritos.
a golpe de ternura en medio de la gente.
que la risa sea risa
y que el odio sea odio,
que la mano apriete fraternal
o clave su cuchillo,
y que el hombre sea hombre
por encima de todas las miserias.
Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quicto.

 

Diálogo de uno

Ahora que cada gesto tuyo te delata porque estás prisionero en ese espejo que trasparenta todo; ahora que el tumulto no te permite huir, que las risas cordiales no te ocultan y la vieja soledad que te sostiene guarda su mansedumbre comprensiva para morir contigo; ahora que por primera vez te atreves a mirarte sin compasión, sin miedo, y descubres lo que no te era ajeno en modo alguno, porque siempre supiste que cada reparto de ti mismo no era bondad, ni comprensión, sino egoísmo enorme, inagotable necesidad de ser amado, empeño inútil de crecerte en los otros huyendo de tu naturaleza hecha de ausencias, de odio familiar y muertes prematuras; ahora que de nada te sirven los gestos solidarios porque nadie precisa de esos gestos, salvo tú mismo; ahora que estamos solos, ya no puedes fingir que no me escuchas.

Waldo Leyva (1943)
La distancia y el tiempo (1967-2001)
Universidad Juárez Autónoma de
Tabasco / Verdehalago / Conaculta,
México, 2005.

Sábado

Carta con motivo de ningún aniversario

Antes de que el silencio
envuelva el jardín
intes de que la luz se vaya y la sombra
salga de nosotros y nos cubra
su oscura música inaudita
Antes de que el sol deje de alegrar
la gota de agua que lleva mi nombre
debo y quiero decir
que no fuiste la previsible abnegada
ni la triste que acepta
la vida en común como cárcel
menos la que está en la caja de la cama
calculando con sórdida aritmética inocuas venganzas
Tampoco fui yo
el macho de vana mente y gloria espúrea
ni el casado perfecto
que calza mandilón y lava platos
ni el niño que va haciendo travesuras
a la vista de todos y a escondidas de sí mismo
En la intrincada ruleta
nos tocó el premio de estar juntos
--y no tardar demasiado en reconocernos:
amantes a veces,
hermanos a medias incestuosos
de tanto vivir juntos
precoces novios póstumos,
uncidos a la yunta del tiempo
por la música y la letra
(entre otras cosas por
la letra, ¿no?)
pues ¿quién lo iba a decir?
Fueron nuestras nupcias biblioteca
y museo y concierto y oda nuesta boda: sacra converzacione
Algo en la luz de la tarde sosegada que recuerda los cuerpos exhaustos
que espiaban los sátiros burlones
en el manchado espejo de la siesta
No será fácil olvidar
el subterráneo cuchicheo
de la conversación inagotable
que nos llevaba a vivir
en el cuento de las horas,
más allá del
suelo que los hombres ensucian
para inventar un vidrioso terreno común
a su impía tarea
Sólo puedo olvidar tu voz
para olvidarme en ella
Fluir con sus acentos de musgo
y su música de ave oculta
que me guía en el bosque
hacia mis propias voces raíces soterradas

Cada marido ¿no?
merece un bostezo
por su estadística de animal satisfecho
La cadena madre
se va renovando en cada esposa
que hace de su cónyuge otro infalible hijo,
otro rehén de la ley madrastra
A ti y a mí no nos tocaron otros hijos:
sino las voces;
otra descendencia:
sino el despertar
en la línea dibujada o leída,
en el poema o el cuadro, el relámpago suspendido entre dos nolas
Así será la muerte una aventura
cuya belleza
sólo nosotros
--a solas y entrenós y
nada más—
podremos saludar
como quien relee en el crepúsculo
cenizas partituras de memoria.

Adolfo Castañón (1952)

 

Educación del estoico o
el viaje del hijo que no fue pródigo

Nací en la misma gran ciudad donde vivo.
No sé a dónde volver como hijo pródigo.
No derroché la herencia ni estoy arrepentido
y sin embargo no tengo otra tierra nativa
que esta vasta ciudad tentacular
en cuyo centro pétreo y gris
vino al mundo el cuerpo de mi nombre
No envidio sin embargo
al hermano alumbrado a la orilla legendaria del mar
ni a aquel otro cuyo ombligo de nostalgia cortó el risco montaraz.
A la criatura que fui
no la arrullaron
las abejas con su reloj de miel
ni su armadura de huesos
creció al compás de la fronda melodiosa.
Sólo me adormió el rumor fluvial de los autos
el relincho del freno
al detenerse en seco
Supe muy tarde el nombre
de las aves
Tarde conocí el diccionario del viento
pero luego de “papa” y “mamá” y de “Nina»” apodo de la hermana
vinieron a mis labios
--Jaguar, Desoto, Packard—
las marcas de los coches
los nombres
--¡swing: Glen Miller!–
de la música en inglés.
No supe que la voz del chicle era nativa mexicana
cuando primero mastiqué los adams.
Antes que maiz oí roquefort.
Antes que a Pedro Infante
Beethoven en su “Emperador”.
Y estaban los libros
detrás de los libros otros libros,
tras la jaula del orangután: un libro
y debajo de la pirámide: otro
Los soldados de carne y verde olivo
sólo eran textos de segunda
la bandera verdadera,
el escudo del escudo
soñaba entre las lineas de una emblemática
simulada en pergamino por
el impresor de Manuel Carrera Estampa.
Yo no tengo adónde regresar:
nunca me fui.
En este mundo descastado
de rotas raíces intentadas
entre migrantes,
prófugos, adoptados,
innumerables hijos del otro,
gozo la otredad de ser el mismo:
el que se quedó
y no cambió de rumbo la lengua ni la patria,
ni fue en pos de sus raíces en mística odisea
ni buscó otro oficio
ni otra ciudad
conocieron sus pasos y sus perros
¿Acaso este aire ensimismado
es el que simula
una vasta biblioteca?
¿Quizá esta rancia identidad inocua
alimenta las congénitas aduanas
que me vuelven extranjero
entre tantos mismos otros?
Y este parloteo, ¿con quienes charla?
El niño que acariciaba la ventana
--su juguete preferido– y dibujaba con su vaho en el cristal
irisados paisajes invernales
callaba para oír
la clarinada metálica del claxon
la ríspida babel del tráfico
y ahí reconocer
de una en una
las marcas de las voces
la heráldica del pito y la sirena
(“ése fue un Ford, aquel un
Karmann Ghia”).
Tal es la urdimbre oculta
de la no tan saludable
profesión de crítico literario
uniformado al uso de las fábricas de libros
Tal es la razón sobreviviente
del timpano servicial
que avisa a media voz
cuándo es bocina en bicicleta
y cuándo campana en trolebús.

Adolfo Castañón (1952)
La campana en el tiempo,
1970-2020
(Poesía, fábula y a veces prosa)

Universidad Autónoma de Sinaloa
Universidad Veracruzana
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Guadalajara, 2023.

Domingo

Marca de agua

“Heriste mi corazón con tu palabra y te amé”.
San Agustín, Confesiones

Un árbol crece, lo escucho respirar por las noches, sus hojas acarician las letras que escribo, y lo que deletreo se enraíza en mis ojos, huella del sonido es el contorno de su movimiento y la sutileza de su vaivén alumbrando lo súbito de su aparición. Lo cierto es que hay escasas referencias sobre su existencia. A veces es descrito como un latigazo, un resplandor..., es tan sucinto su ofrecerse que parecería más un titubeo, aquello que cimbra la fortuna de su hallazgo, y la precisión de su pálpito. Su mostrarse acrecienta el deseo y su omisión el desespepar en su credibilidad.
Su figura se diluye entre la niebla de lo impensable, ¿queda en esa donación lo que irradia en el encuentro con lo remoto? A saber... Su búsqueda exhaustiva conforma el relieve que acusa al tercero ausente, señal de que lo palpable es un surco que va deshilándose al paso de los días como si alguien pudiera asomarse entre su celosía desvaneciente, como si la alegría que derrocha a través de su estrépito solventara la hora agudísima de la tormenta. En otros momentos simples, donde la vida se celebra en su plenitud se le sorprende, por ejemplo, cuando siendo niños se toma un manojo de arena y queda el vestigio del brillo de la sal en la piel, cuando asombra la fluidez del agua, cuando la espuma es el toque pregonando su marcha.
Si se trata de adivinar su rostro, poco permanece, salvo algún temblor que rebasa explicación certera y que los venturosos refieren evidencia. Habita en su remanso el balbuceo que aprisiona el imaginario de la materia, que aún cercano a la duermevela, guarda el tremor de lo efímero.
Y la palabra en su advenimiento despierta el recelo de que a través de sus rasgos la mirada sea penetrada por otra. La emoción que domina es el desconcierto ante lo maravillado, después sobrevendrá el anhelo en su renovación negativa: “el ansiar” en trasfondo de la ansiedad, que en la rispidez de la discusión, se erigirá en el bastión de la angustia. Tanta zozobra encalla en los atrecifes de la risa, don apreciado e, irrefutablemente, el más enaltecido en su gracia.
La sílaba se prende a los labios, no atreve su ser ni su pronunciamiento, el precipicio del aire es un infinito que le hace volver al polvo y al papel; su no decirse es una duración que es más aurora en su nacerse albor. Grafía que procura ser savia, estría que avanza por el manantial del latido rayando ríos en la corteza que nutre la pulpa y la resina. Resuena cerrando la disparidad imbatible del equívoco, inocencia perseguida que desaparece en el aliento que roza la piel. No hay cabida ya para el gorjeo. Queda la punzada, el fruto entre las costillas, la respiración entrecortada, la espiga que yace cobijada por el espesor del follaje. Arrebujado sabe que de incorporarse la neblina invadirá los resquicios de lo memorioso y la certeza de alguna vez haber sido una palabra pura.
Dentellada. Rizo. Hendidura. Dentro. Espina. Devastación del olvido, caligrafía de arena que el viento inscribe en su marcha. La semilla cae y un árbol despliega su anchura, testigo de la saeta que es marca de agua en el corazón del hombre.

 

Un mar y un pájaro

Un mar hecho pájaro, cascada iridiscente brotando de lo umbrío, abrevando en el estero del miedo cuando la muerte enlumbra y la vida reclama urdimbre, aún de la brevedad del deshielo, hasta volverse un más allá del extravío y del rompiente, un rezo lento en preámbulo de lo que asalta en resplandor y que al declinar la tarde es bastión del limbo.
Enormidad y sujeción nómada de la niebla, gota que resbala por la palma dejando tras de sí su cardenal, acotación irredenta que pretende resolver su lazo en el traslape de las horas. Mucho se ha andado, para aceptar que el perdón no libera del rencor ni disipa el odio ni dulcifica el golpe; no reconcilia lo tachado con el signo que debió ser consignado al papel ni ampara del abandono. Desconocer. Se es ciego ante el pedregal que se extiende bajo su temporal, y el cuerpo llora lo que al corazón se le prohíbe.
Un pájaro que no río ni agua dulce de laguna, un tañido que se posa en la arboleda incansable, repique de quien queda al margen condenado al comentario, un decir no diciéndose, en el haber corrido el riesgo de penetrar el resquicio del albor donde se renegó de la suerte. Paria.
Una ventana por donde miro el río y el pinar. Delante queda el monte con su rumor de mil azucenas, la lluvia que se arremolina contra los cristales y el revuelo que se entretiene con el monzón que rezumba enloquecido, linde que en su vacilación llora un atlántico por el lazareto de San Simón, por la impronta borrosa de una caleta esmeralda donde se deshilvanó la infancia..., y no saber, simplemente, no saber, si lo decisivo es lo que no se hace mar ni río ni pluma…
Pájaro-cerco-raya que pronto habrá de resquebrajarse como el jarro que se lleva a la fuente y cuyo barro un buen día se estrella contra la baldosa.
Y el agua corre cantarina por los adoquines a saciar la sed del naranjo en flor que habrá de ser rama meciéndose indomable a la distancia de la aljama.
¿Recuerdas los pájaros del río?
¿O era el río por el cardo de los siglos?

 

Volcadura

Aviso de derrumbe, caída o levante. Arrecife en despeñadero que así debió manifestarse el sonar de la primera vocal en la juntura con la primera sílaba, por decir primero cuando lo indomable del rizoma, donde se gesta, es/ era / será una niebla en desbandada.
Desprenderse: impericia que asedia el tránsito por los días como si el descubrir un resquicio en su tejido llevase hacia el salto ineludible entre la vida y la muerte. Ignorar. In.esperar. Muro. Atalaya, guijarro que rasga para allanar la brecha y develar la gradación de la conciencia.
Leer lo distante, no la canilla en triza que escarcha la caligrafía. Blanco adentro del blanco. In.vacío. No.vacío. Y dejar que lo siempre ido, por ni siquiera haber sido demasía, se cumpla en su misterio, aún de ignorar si hubo un instante donde fue caudal. Pozo. ¿Agua especular?, ¿negatividad del murmullo?
Volcadura, ¿de qué otra manera acariciar el envés?, es tal la rapidez de su corte que la contradicción de su simple estar se alza en premisa que habrá de sentenciar su exterminio. El conflicto se enraíza desde la herida por la que se nace y se muere, y su reconstrucción da de lleno con la insuficiencia: aquello que no se nombra, no existe, aunque exista fuera del lenguaje.
Mentira. Lo afirma el puñal que apremia su moradura en expresión exquisita de la angustia. Mentira que no habrá de demostrar el alegato de su falacia, ni evitar que el aleteo azuzado se levante, una y otra vez, en re-beldía, hasta que exhausto comience a recelar si en su gravitar es capaz de mirar.
Ah la noche, la noche larga y terrible cuando el rugido del mar se niega a arrojar el secreto de la Venus oscura.
¿Y la lágrima?, ¿se acepta el evangelio de su sal en pago por lo prístino? ¿Será su agua bautismal la que lleve al osado a rendirse ante la profundidad? Desatina y renace quien ha encontrado en su llanto el balbuceo que irradia la gracia de lo indócil: “Soy porque no soy”.
Nitidez. Hiato de la máxima lucidez, rostro pluriforme que lleva en su surgir la marea de lo intocado, como si la incisión en reposo germinara en lengua de brasa que confunde lo inexorable con la claridad.
Recato del cristal trasvasando su materia en un vitral de Chartres, y aún más secreto, el susurro que erige muros que habrán de recomponer la rosa de los vientos
Grava. Y el mar se extiende en lienzo para delinear lo increado….
No es un mar. Es tierra roja erizada en sus márgenes según los comentarios de un escriba.
No hay deslinde. Sólo firmamento.
Suspensión.
El equilibrista se juega la suerte en la oposición fundacional. Sí. No. Cada vuelco relampaguea entre lo de arriba y lo de abajo. Vértigo... La escritura como lugar del no.aparecer, de lo inédito, de lo inverosímil: el trazo hiende y el blanco sangra.

Mariana Bernárdez (1964)
Memorial del fulgor
Prólogo de Tomás Pollán
Sapere Aude
Oviedo / México, 2022.


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