Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 20 de mayo de 2024
Por: Felipe Garrido

Lunes

La verdad

Nada sabéis de mí, ni siquiera vosotros 

cuya vida transcurre en paralela 

sucesión frente al cauce de la mía.

Ni tú siquiera, tú que me miraste 

arrebatando al cielo de mis ojos 

la gloria de su estrella más perfecta.

--Saber es escuchar entre silencios 

la eternidad que un átomo contiene, 

recoger en el hueco de la mano 

la gota que hace rebosar el cáliz.

Mirar... y ver en el perfil oculto 

de una tarde sin luz que nos traspasa 

el estremecimiento de los astros

cautivos en el lecho de las nubes.

El secreto pavor de la semilla 

en los surcos hirvientes de lombrices 

y la angustia febril de la palabra 

que fecundan las manos del poeta.

Nadie sabe de nadie, los amantes, 

cuerpo a cuerpo obstinado, se entresconden 

verdades mutuas, mientras se arrebatan 

un don que sólo roza superficies.

El amor forja en besos y caricias 

una red implacable: ese cilicio 

que nos desgarra y cuya herida ansiamos.

El abrazo es de tierra, el exaltado

frenesi que pretende no acabarse, 

es en sí mismo un huracán de polvo, 

de un polvo con partículas divinas.

Las raíces del árbol solitario 

pueden hallar, tal vez, en lo profundo, 

otra raíz, angustia retorcida 

de un anhelo que busca feliz eco.

Pero ¿y el hombre?... 

                                   antorcha pensativa

no logra enraizar aunque un mal viento 

le desgaje el duramen socavado 

por fieras dentelladas de pasiones.

Y es inútil el grito de la carne 

prisionera del alma que diluye 

los afanes concretos en el turbio 

ir y venir de sus divagaciones.

Y, allí, bajo la carne florecida 

de luz y primavera, el alma lucha 

combatiendo a su vez por arrancarse 

del incentivo que la prostituye.

Si eres mujer, no llores. Tu congoja 

irrita y exaspera al que no entiende.

¿Qué saben ellos de ese amor oculto 

que estremece tu cuerpo mal guardado, 

de la enorme ternura desolada 

que te invade sintiéndote desnuda?

Y no es tu sed de vida lo que abrasa 

en la noche tus curvas más secretas;

es el ansia divina de entregarte 

a algo infinito y puro igual que Dios.

El que duerme en tu lecho no concibe 

que puedas esquivarte de sus brazos

por un ensueño que tú misma ignoras, 

por la dicha que nadie te ha ofrecido.

Mas tú palpas y sientes la promesa 

en el aire de fuego que respiras, 

y en esa expectación, fiebre gozosa, 

que ilumina de júbilo tus pasos...

Ernestina de Champourcin (1905-1999)

Litoral

Tercera Época – Número Dos

Cuadernos mensuales de poesía, pintura

y música, publicados en

M É X I C O

bajo la dirección de José

Moreno Villa, Emilio Prados,

M. Altolaguirre, Juan Rejano,

Francisco Giner de los Ríos

Número 2, septiembre, 1944.

 

Martes

El centauro

La obscura cabellera desatada 

en su ondulante dorso de culebra

--ébano palpitante-- se deshebra 

en lujuriosa y fúnebre cascada.

Como en un mármol plástico se quiebra

la luz en su cadera torneada 

por el fulgor crepuscular dorada 

como el anca rotunda de una zebra.

A las árabes yeguas ella roba 

la blancura, y el fuego en su deseo; 

¡así en sus nupcias, en la negra alcoba, 

adonde muere el resplandor febeo 

bordando de oro el lecho de caoba, 

es un centauro el rápido himeneo!

El Universal, 10 de junio de 1894, p. 1

José Juan Tablada (1871-1945)

Misa negra

¡Emen Hetan!

(Cri des stryges au sabbat.)

¡Noche de sábado! Callada 

está la tierra y negro el cielo, 

palpita en mi alma una balada 

de doloroso ritornelo.

El corazón desangra herido 

por el cilicio de las penas 

y corre el plomo derretido 

de la neurosis en mis venas.

¡Amada, ven! Dale a mi frente 

el edredón de tu regazo, 

y a mi locura, dulcemente, 

lleva a la cárcel de tu abrazo.

¡Noche de sábado! En tu alcoba 

flota un perfume de incensario, 

el oro brilla y la caoba 

tiene penumbras de santuario.

Y allá en el lecho do reposa 

tu cuerpo blanco, reverbera 

como custodia esplendorosa 

tu desatada cabellera.

Toma el aspecto triste y frío 

de la enlutada religiosa 

y con el traje más sombrío 

viste tu carne voluptuosa.

Con el murmullo de los rezos 

quiero la voz de tu ternura, 

y con el óleo de mis besos 

ungir de Diosa tu hermosura.

Quiero cambiar el beso ardiente 

de mis estrofas de otros días 

por el incienso reverente 

de las sonoras letanías.

Quiero en las gradas de tu lecho 

doblar temblando la rodilla...

Y hacer el ara de tu pecho 

y de tu alcoba la capilla.

Y celebrar ferviente y mudo, 

sobre tu cuerpo seductor

¡lleno de esencias y desnudo, 

la Misa Negra de mi amor!

El Pais, 8 de enero de 1893, p. 1

José Juan Tablada (1871-1945)

La marquesa de Sade

Como un íncubo violador su ensueño 

con alas de murciélago se agita, 

pues no la mueve la pasión bendita 

ni el alborozo del amor risueño.

Cuando su seno pálido palpita, 

bajo los arcos negros de su ceño 

algún infame y opresor ensueño 

al torvo crimen su pasión incita...

Tiene de la Valois los devaneos, 

soñando encadenar a su cintura 

cual siniestros y eróticos trofeos, 

el corazón de los que en ansia impura

murieron abrasados de deseos

¡a la sombra fatal de su hermosura!...

Intitulada "La poseída" en Revista Azul, 

I (3) 20 de mayo de 1894, p. 45.

José Juan Tablada (1871-1945)

Obras I-Poesía

UNAM, México, 1971.

 

Miércoles

Reconsideraciones de la noche

El hombre ha comparado

Tantas veces la noche con la muerte, 

Que una vez más sería 

Sólo retórica y silencio.

Y sin embargo la muerte no será la noche.

Nadie se ofenda

Ni se llame a insulto, pues probable 

Es que se acuda a su llamado.

Hurgo sueños y fatigas,

Saco tu nombre y mi destino uncidos.

Mis razones de cicatrices cubren su ordenamiento.

¿Qué debo preguntarme

Para que tú seas la respuesta,

Dónde estuve vociferando y en qué tiempo

Para callar ahora y escuchar de dónde vengo

No sé si en ti concluye o da principio

Esta búsqueda sin nombre y sin acierto.

¿A qué dioses invoca

Aquél que me ha traído

O a quién traiciona

Quien disimuladamente me introdujo?

Trofeo o recordatorio lamentable.

¿Qué palabras rituales se pronuncian

Cuando arribo?

Todo se oye a no-sé-lo-que-digo, 

Pero comprendo que sólo es el eco 

Que repite —¿repito?— tres sílabas para estar al abrigo 

Del tiempo, buscando, hollando en los gerundios

-Y en tus paisajes aquello que me trajo

Del país más extraño a todo el mundo.

Amigos, unos pocos, no más

Si son amigos.

Y ellos

¿Son el signo 

De tu aire memorioso?

Pero desde los aires veo

Que la amistad es el nudo del destino

Que me hace acudir a ti, que no has llamado.

Son muchas mis preguntas, pues soy necio.

Veo y admiro.

Los amigos, al fin, son los amigos.

He aquí que todo peregrinar tiene sentido.

Y abres los brazos y encuentras con tristeza

Que sí, que es hermosa la amistad, y que la tierra es ésta

Y que aquí encontraste lo que hace treinta y tantos años que buscabas,

Pero te da miedo ese frío de tu corazón

Que no te deja nombrarlos: amigos míos, 

Es ésta la ciudad, yo no he nacido

Antes de verla y de estrechar vuestras manos, brazos y pechos.

Francisco Cervantes (1938-2005)

Más que presente soy pasado 

Uno medita y oye

En algún momento

Que a sí mismo se responde.

Es que el pensamiento

Vuela por donde el cuerpo estuvo.

De su voz sólo su aliento

Leve, se quedó soplando.

Allí, donde se cumplió ese bando.

Morimos hace más de algunas

Décadas por buscar una solución violenta.

Ni jeroglíficos ni runas

Quedan de lo que obtuvimos en respuesta.

Pero nuestra sangre dio color

A este barro que despertó memorias, 

Por ejemplo: estas líneas sin ardor

Despertando el ego solitario

De un hombre que busca su destino 

Y en el plomo encuentra al fin su diario

Perseguido e infatigable desatino

Que a él ya le ha cansado, 

Hermanos, amigos, más que presente soy pasado.

Francisco Cervantes (1938-2005)

Bajel de los sueños

Cantamos, reiremos,

Moviendo los remos

Del sueño.

Pero no es despiertos

Que nos vemos lejos

Del sueño.

Por amores muerto,

Cuitado el secreto 

Del sueño.

No es de ti el recuerdo, 

Ni de mí que vengo

Del sueño.

Por el agua al fuego

Llegaremos luego

Del sueño.

Por verte es que peno, 

Sin canto, sin ruego

Del sueño.

En la barca, lento, 

Los ojos contemplo

Del sueño.

Ya no nos haremos

A la mar, me temo,

Del sueño.

Mora mía, de nuevo

Lo serás huyendo

Del sueño.

Bajel que navego

Es el desconsuelo

Del sueño.

Francisco Cervantes (1938-2005)

El momento

Para Fernando Charry Lara

¿Será posible que mi voz no muera 

Y alguien que ya fui y que soy

La escuche cuando sea?

Yo recuerdo, pero tardo 

En entender esos recuerdos 

Que, mientras, son un fardo

Que inútilmente siento

Justo hasta la hora, 

El momento

En que la muerte me ilumina.

Pero, ¿cómo repetir con donosura 

La frase cuyo sentido me calcina 

Y al círculo me devuelve en su clausura?

Francisco Cervantes (1938-2005)

Cantado para nadie

Joaquín Mortiz, México, 1982.

 

Jueves

Nocturno a mi madre

Hace un momento

mi madre y yo dejamos de rezar.

Entré en mi alcoba y abrí la ventana.

La noche se movió profundamente llena de soledad.

El cielo cae sobre el jardín oscuro.

Y el viento busca entre los árboles

la estrella escondida de la oscuridad.

Huele la noche a ventanas abiertas,

y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.

Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:

las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.

          Hace un momento,

mi madre y yo dejamos de rezar.

Rezar con mi madre ha sido siempre

mi más perfecta felicidad.

Cuando ella dice la oración Magnífica,

verdaderamente glorifica mi alma al señor y mi espíritu se llena de gozo para siempre jamás.

          Mi madre se llama Deifilia,

que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad.

Estoy pensando en ella con tal fuerza

que siento el oleaje de su sangre en mi sangre

y en mis ojos su luminosidad.

Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,

y el complicado orden de la ciudad.

Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina

dice de su salud y de su agilidad.

Pero nada, nada es para mí tan hermoso

como acompañarla a rezar.

Todos los días, al responderle las letanías de la virgen

–Torre de Marfil, Estrella Matinal–

siento en mí que la suprema poesía

es la voz de mi madre delante del altar.

Hace un momento la oí que abrió su ropero,

hace un momento la oí caminar.

Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,

y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.

          Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,

mi madre le ha hecho honores de princesa real.

Doña Deifilia Cámara de Pellicer

es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.

Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.

El silencio es tan claro que parece retoñar.

Es un gajo de sombra a cielo abierto,

es una ventana nueva acabada de cerrar.

Bajo la noche la vida crece invisiblemente.

Crece mí corazón como un pez en el mar.

Crece en la oscuridad y fosforece

y sube en el día entre los arrecifes de coral.

Corazón entre náufrago y pirata

que se salva y devuelve lo robado a su lugar.

La noche ahonda su ondulación serena

como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.

          Hermosa noche. Hermosa noche

en que dichosamente he olvidado callar.

Sobre la superficie de la noche

rayé con el diamante de mi voz inicial.

          Mi voz se queda sola entre la noche

ahora que mi madre ha apagado su alcoba.

Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes

y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.

          Mi voz se queda sola entre la noche

para decirte, oh madre, sin decirlo,

cómo mi corazón disminuirá su toque

cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.

          Mi voz se queda sola entre la noche

para escucharme lleno de alegría,

callar para que ella no despierte,

vivir sólo por ella y para ella,

detenerme en la puerta de su alcoba

sintiendo cómo salen de su sueño

las tristezas ocultas,

lo que imagino que por mí entristece

su corazón y el sueño de su sueño.

          El ángel alto de la media noche,

llega.
Va repartiendo párpados caídos

y cerrando ventanas

y reuniendo las cosas más lejanas,

y olvidando el olvido.

Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa

del olvidado sueño.

Disponiendo el encanto

del tiempo enriquecido sin el tiempo;

el tiempo sin el tiempo que es el sueño,

la lenta espuma esfera

del vasto color sueño;

la cantidad del canto adormecido

en un eco.

          El ángel de la noche también sueña.

¡Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!

Las Lomas, 8 de marzo de 1942

Carlos Pellicer (1897-1977)

Subordinaciones

Jus, México, 1949.

 

Viernes

Árboles

Yo no sé qué árboles son, 

madre, los que lleva el viento

los que mezclan a los pinos

su fronda de un verde tierno.

Yo no sé qué árboles son, 

madre, los que en el invierno 

inclinan sus altas copas 

ante la fuerza del viento.

Yo no sé qué árboles son, 

madre, los que soñolientos 

forman encaje en las ramas 

y dibujos en el suelo...

Yo no sé qué árboles son, 

madre, los que lleva el viento, 

los que lloran por las noches, 

los que dan voz al silencio.

Nuria Balcells (1925-2010)

Poema

Pero mi voz está lejos 

y no siente lo que digo.

Faltas de luz mis palabras 

van anegándose en ritmos 

con un jadear penoso 

que sabe de su vacio 

y el momento está esperando 

no sé qué matices tibios 

que hagan ahondar mis palabras 

por senderos de infinito....

Pero mi voz está lejos 

y no siente lo que digo.

Nuria Balcells (1925-2010)

Me acuerdo hoy de Aranjuez

Me acuerdo hoy de Aranjuez, 

del parque castellano,

de los álamos grandes 

y de mí, recostado, 

pared de piedra seca, 

viendo el viento pasando, 

el viento que los mueve, 

mueve y remueve en vano.

Me acuerdo hoy de Aranjuez, 

del cielo castellano, 

del cielo, azul acero, 

del viento entre los álamos.

De nada más, Teresa, 

del viento, ruido raudo 

y rama removida, 

del viento castellano.

Max Aub (1903-1972)

Odio y amor

Uno es el odio y el amor

—Juan, Pedro, la tierra, el sol— 

que lo otro, lo mío, es un pozo 

mudo, ciego, manco, sordo, 

a lo topo, 

con su música interior 

que ve sin ser visto, 

habla sin ser oído, 

anda sin ser sentido 

y para quien todo es amor.

Max Aub (1903-1972)

Rueca

Primavera 1944 México

Año II Núm. 10

Revistas Literarias Mexicanas Modernas

Rueca II Otoño de 1943 / Primavera de 1945

Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

 

Sábado

Romances de la voz sola

Que quede grabado en mí,
que todo el momento exacto
con su plenitud perfecta
quede en mi interior vibrando...
Que nada se pierda de él,
que no tenga que encontrarlo,
pobre limosna, en el sueño,
con su perfil deformado.
Que todo el ser, blanda cera,
guarde su latido exacto,
pájaro vivo en la malla
de la voluntad apresado,
que toda el alma esté alerta
y mi cuerpo esté afilando
sus mil memorias pequeñas
dispuestas a recordarlo.

Esta voz, que no es mi voz,
con la que hablo y me río,
que habrá de seguir en mí
y habrá de acabar conmigo,
esta voz, que no es mi voz,
que está robándole el sitio
a esa voz que yo me sé
cantando sonidos vivos...
Esta voz, que no es mi voz,
¿habrá de acabar conmigo
sin que la otra voz, mi voz,
pueda surgir de su olvido?

Pero mi voz está lejos
y no siente lo que digo.
Faltas de luz mis palabras
van anegándose en ritmo
con un jadear penoso
que sabe de su vacío
y el momento está esperando
no sé que matices tibios
que hagan ahondar mi palabra
por senderos de infinito...
Pero mi voz está lejos
y no siente lo que digo.

Nuria Parés (1925-2010)

Sed

¿Pedir? ¿Y a quién? ¿Y qué pedimos?

sé que hubo un tiempo para pedir y para llorar

el tiempo de la sal y de las lágrimas,

y hubo quien pidió pan

y quien pidió la paz y la palabra.

Y ahora yo pregunto

desde el oscuro borde de las ansias:

¿pedir? ¿Y qué pedimos?

¿Y a quién dirigiremos la plegaria?

Alguien cerró la espita,

la avara y torpe espita milenaria,

y cercenó las manos extendidas

y mutiló la paz y la palabra.

Están las fuentes secas,

se ha agotado el venero de las dádivas

con la última sal

o el último goteo de las lágrimas...

Manos zafias cegaron hontanares

y agostaron con fuego las gargantas:

y agostaron con fuego las gargantas:

"¡sed a los hombres de buena voluntad!"

mandaron y el destino del hombre se hizo brasa,

candente mar por donde van los sueños

dando bandazos como viejas barcas.

si es tiempo de sequía, tiempo acedo,

si a nuestro alrededor no queda nada,

si se acabó la sal

y se ha acabado el llanto, la paz y la palabra.

¿Qué podemos pedir? ¿Y a quién pedimos?

¡sólo queda la sed!... ¡La sed sin agua!

Nuria Parés (1925-2010)

La semilla

Y sin embargo...

algo debe quedar, alguna rinconera 

debe haber sin limpiar todavía, 

algún vasar, alguna estantería, 

algún bote olvidado en la despensa, 

algún grano de sal o una migaja 

destinada a los pájaros, sobre cualquier alféizar...

Algo debe quedar en algún lado.

Por encima o debajo de la tierra 

algo debe esperar calladamente, 

hinchándose de rabia o de tristeza 

agazapado bajo un banco público, 

escondido en el quicio de una puerta, 

en los blandos repliegues de un cerebro 

o en las entrañas hondas de la tierra.

Algo debe quedar... una semilla,

una sola palabra verdadera, 

una gota de sangre o una gota de llanto...

algo que no se pide y que se espera.

Nuria Parés (1925-2010)

XIV

Este árbol del jardín, tan solitario,

irguiendo al cielo sus desnudas ramas

en mística actitud, desamparado

en medio de la tarde que se acaba,

tiene un pardo soñar que sólo anida

el lejano tañer de la campana.

Es su tronco rugoso y sus raíces

al enlazar las piedras de la tapia

cobran en ese abrazo doloroso

expresión de agonía atormentada.

expresión de agonía atormentada.

Y en esa soledad, que sólo acoge

la angustia de la hora entre sus ramas,

el alma del paisaje se adormece...

viejo árbol del jardín: aunque mañana

Primavera gentil venga a vestirte

y cubra de verdor tus yertas ramas,

aunque tu copa anide nuevos trinos

y a tu sombra verdee hierba blanda,

nunca serás más dulcemente bello

que eres ahora en tu invernal plegaria.

y a tu sombra verdee hierba blanda,

nunca serás más dulcemente bello

que eres ahora en tu invernal plegaria.

tal como estás, junto a la tapia erguido,

agigantando tu humildad callada

en esta hora triste del crepúsculo

en que perfilas tu silueta amarga,

me duele tu belleza en mi melancolía,

tu soledad me duele en mi añoranza.

Nuria Parés (1925-2010)

Colofón de luz

Ediciones Torremozas, Madrid.

Primera edición, 

¿año?, México, 1987.

 

Domingo

Los ojos de Delia

ODA IV

Pastor, escúchame antes 

que vayas a la aldea, 

que quiero como amigo 

hacerte una advertencia:

verás enajenado

mil bellas zagalejas, 

más frescas que las rosas, 

más blancas que azucenas, 

que, entre bailes festivos, 

amorosas contiendas 

y sencillos cantares, 

bulliciosas se alegran.

Entre tanta zagala 

verás una muy bella, 

de ojos negros, vivaces, 

y que se llama Delia.

Guarte jay! de sus miradas; 

que en sus ojos se alberga 

el hijuelo maligno 

de Venus Citerea.

Francisco Ortega (1793-1849)

ODA V

Una mañana alegre 

en el florido valle 

con ardor altercaban 

los discretos zagales.

Yo, que de allí no lejos, 

con mi rabel suave 

entonaba amoroso

mis sencillos cantarcs, 

curioso entre la rueda 

al punto fui a mezclarme.

Los bellos ojos eran 

la causa del debate.

¡Oh, qué asunto tan bello 

para mi pecho amante!

Aqueste solamente 

los azules aplaude;

aquél dice: "los negros 

son los que más me placen"; 

por los pardos el uno 

expone su dictamen;

otro resuelto afirma 

que todos son iguales 

y que el color no influye 

en su mayor realce.

El corro se enardece, 

y cada uno hace alarde 

de su sentir, diciendo 

que es el más razonable.

Cuando improvisamente 

del bosque Delia sale, 

do se hallaba dormida 

a la sombra de un sauce.

A todos los deslumbra 

con sus ojos brillantes, 

y la confusa gresca 

se suspende al instante;

pues consiguió la bella 

que con su vista amable 

la cuestión decidida 

por los negros quedase.

Francisco Ortega (1793-1849)

Antología del Centenario

Etudio documentado de la literatura mexicana 

durante el primer siglo de independencia (1800-1821)

Obra compilada bajo la dirección

del maestro Justo Sierra

por Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña

y Nicolás Rangel

Primera parte II

UNAM, México, 1985.


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