Bazar de asombros: "Arnaldo Córdova y Paola Vianello", por Hugo Gutiérrez Vega

Sábado, 12 de Julio de 2014

Hugo Gutierrez Vega
Foto: Fuente: La Jornada Semanal. Fotografía: Jorge Dávila /Academia Mexicana de la Lengua

Se están yendo los mejores. Estos tres últimos años han sido terribles para la clase intelectual y artística de nuestro país. Ahora se acaba de ir Arnaldo Córdova, jurista, historiador, politólogo, autor de numerosos libros sobre la historia de México, militante político impecable, valor intelectual de la izquierda mexicana y hombre honesto a carta cabal.

Quiero recordar algunos aspectos de su vida y de su obra.

Una tarde de otoño estaba en mi oficina de México en Roma, cuando entró Lucha Pruneda (hermana de exrector de la UNAM Alfonso Pruneda y exsecretaria del Lic. Ramón López Velarde en Gobernación. Luchita me anunció que me esperaba la signorina Vianello que quería tratar conmigo algunos temas relacionados con nuestro país. Entró Paola con desenfado y resolución, se sentó y me dijo que iría al grano. Hablaba un buen español; quería información sobre algunos puntos de la historia de México, necesitaba diapositivas, algunas películas documentales y, sobre todo, conversar sobre esos temas con la amplitud necesaria para disipar sus interrogantes. Su tono de voz era afable, pero decidido.

Tuvimos varias reuniones y logré despejar algunas de sus dudas aunque su curiosidad y su afán de precisión eran implacables. Nos hicimos amigos y una noche fue a cenar a la casa y probó los frijoles refritos de Lucinda.

Un día me dijo que quería hablar de Michoacán, y de Lázaro Cárdenas. Le entregué toda la información que pude, pero vi que no quedaba satisfecha con mis respuestas. Estábamos en plena reunión en la casona de vía Spallanzani, en la que apenas cabíamos los cuatro funcionarios y las cancilleres que formábamos el equipo comandado por el embajador Rafael Fuentes. La casona había sido construida por Eduardo Hay y la residencia tenía una escalinata digna de ser caminada por Drácula o por algún ex-presidente de México. Me anunciaron que me esperaba el señor Córdova. Paola sonrío, me pidió que recibiera a Arnaldo, y me lo presentó como su futuro esposo. En ese momento pensé que la pareja sería ideal, pues combinaría la sabiduría histórica y política del hombre con el conocimiento profundo de los clásicos greco-latinos de la mujer.

Pasaron muchos años y cuando regresé a México después de una larga estancia en Inglaterra, me dediqué a dar clases de Teoría de los medios de comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas. Recuerdo con afecto a Henrique González Casanova, que fue mi gestor y mi Virgilio por los caminos de la UNAM.

En las reuniones que celebrábamos para la formación del sindicato de profesores, me encontré de nuevo con Arnaldo. Militamos en esa empresa y ampliamos nuestro diálogo y nuestra amistad.

Salí de nuevo al extranjero y, después de muchos años de ausencia, regresé a México y entré a La Jornada. Nuevamente me encontré con Arnaldo y continuamos nuestro diálogo con un “decíamos ayer” al estilo de Fray Luis de León.

Leí con interés creciente un libro fundamental: Ideología de la Revolución Mexicana. Esta obra me entregó un panorama de gran claridad sobre las contradicciones, virtudes y errores del movimiento revolucionario. Recuerdo sus puntualizaciones sobre Zapata, su admiración por Madero y sus reticencias ante Carranza y Obregón. Esto era secundario. Lo fundamental era el vasto panorama de un movimiento revolucionario que fue el primero del siglo XX y que, más tarde, fue deturpado.

Por último, lo recuerdo en la casa de Lilia y Chema Pérez Gay con motivo de las reuniones que teníamos un grupo de intelectuales con Andrés Manuel López Obrador. Estaba ya enfermo, pero su voz adquiría un tono juvenil, cuando en sus intervenciones aplicaba la lógica más implacable y manejaba una retórica a veces indignada, pero siempre luminosa y persuasiva. En esos momentos recordaba su historia de militante de la izquierda y admiraba su talento, su sabiduría y sus interpretaciones siempre originales y llenas de aciertos. Paola había muerto, pero creo que Arnaldo aprendió de ella la claridad de la retórica grecolatina. De esta manera la sabiduría del hombre y la sabiduría de la mujer seguían unidas y dando frutos para el beneficio del país. Por eso los recuerdo juntos y pienso en la tarde romana en la que Paola preguntó por Michoacán, por Lázaro Cárdenas y me presentó a un joven nervioso y entusiasta que se llamaba Arnaldo Córdova y que iba a ser su hombre.

Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2014/07/13/sem-bazar.html


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